COLABORACIÓN INVITADA/Dr. Oswaldo Chacón Rojas
Muchas preguntas deben ser atendidas en relación al debate suscitado en los últimos días sobre la posibilidad de redefinir el escudo del Estado de Chiapas: ¿Se puede? ¿Quién puede? ¿Importa? ¿Cuál es el impacto? entre otras. Creo como ciudadanos tenemos la obligación de estar al pendiente de los temas de discución en la arena pública y, desde las trincheras correspondientes -la mía es académica, en particular la teoría política-, abonar a enriquecer la deliberación.
Algunas de las inquietudes están relacionadas a la validez o legitimidad para convocar al revisionismo histórico de los símbolos o elementos de identidad histórica. Es un tema que hemos venido discutiendo al interior del seno universitario, con participación de destacados académicos, historiadores y antropólogos preferentemente. De las conclusiones de las mesas podemos advertir que, si reconocemos que existe el derecho al revisionismo de la historia, de las narrativas y de las identidades sobre las cuales se construyen los proyectos de nación, entonces el debate que se ha sucitado en la actual coyuntura de Chiapas no debería sorprendernos. Tendríamos que verlo como parte de la normalidad de los procesos históricos que se asumen como reformistas, tal y como ha venido planteando el discurso de la nueva era en la entidad.
La pregunta entonces es si existe o no ese derecho. La respuesta no es fácil ni sencilla. Autores como Benedict Anderson en “Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo” (FCE, 1983), o Ernest Gellner en “Naciones y nacionalismo” (Alianza Editorial, 2001) han escrito profundamente sobre el tema y han concluido que el revisionismo histórico siempre ha sido un tema complejo y multifacético que ha generadodebates intensos. El debate sobre qué historia debe enseñarse o conmemorarse es a menudo un campo de batalla para las diferentes ideologías. Sin embargo, no podemos soslayar que el revisionismo histórico en determinados momentos puede ser esencial para entender y reinterpretar el pasado a la luz de nuevas evidencias y perspectivas. Puede ayudar a corregir narrativas históricas sesgadas o incompletas y a promover una comprensión más matizada de la historia.
Ahora bien, debemos hacernos cargo que se trata de un ejercicio en el que siempre se corre el riesgo de incurrir en sesgos o distorsionar hechos históricos establecidos, por lo que siempre será importante que cualquier revisión histórica se base en evidencia sólida y en análisis críticos. Que sea consecuencia de un debate abierto; de la discusión amplia sobre las interpretaciones históricas, con la participación de diversas voces y perspectivas, y privilegiando la sensibilidad y el respeto, tal y como se ha trabajado en los distintos foros convocados por diversasuniversidades en la entidad. Expertos y especialistas coinciden que, cuando el revisionismo histórico es riguroso y académico, puede convertirse en una parte esencial del método científico en la historia.
Otra interrogante a atender es quien o quienes tendrían ese derecho. Hay quien afirma que no es un tema que interese a las masas o a la mayoría de las personas. No hay novedad. Alguna. Es normal que el revisionismo histórico no sea un tema de las mayorías. Las masas suelen tener un acceso limitado a la información histórica y a los debates historiográficos. Pueden no estar interesadas en la historia o en los debates historiográficos, y estar más preocupadas por cuestiones cotidianas y urgentes, como la economía, la seguridad y la salud. Pero si bien el revisionismo histórico nunca ha sido una prioridad o un tema de conversación cotidiana para la mayoría de las personas, eso no significa que no sea importante o de interes público. Su importancia radica principalmente en su impacto en la identidad colectiva y en la ética social. Me explico. La historia no es solo un registro del pasado; es el fundamento de la identidad de una nación, un grupo o una comunidad. Una reinterpretación de eventos clave (por ejemplo, la colonización o el papel de ciertos líderes) puede reconfigurar la identidad colectiva y la forma en que los ciudadanos se ven a sí mismos y a sus vecinos. A menudo, el revisionismo es impulsado por grupos que buscan visibilizar las narrativas de los marginados, los perdedores o las víctimas que fueron omitidas o distorsionadas en la historia «oficial.» Por cierto, aspectos que resultan cruciales y fundamentales enlos procesos jurídicos de justicia transicional y dereparación histórica. De tal suerte que es importante no perder de vista la distinción conceptual entre lo que «interesa a la mayoría» y lo que «afecta a la sociedad en su conjunto», para no partir de falsos supuestos.
A nadie debería sorprender que las nuevas narrativas históricas suelan ser promovidas por las élitespolíticas. Recordemos como Vicente Fox durante su presidencia promovió la reinvindicación histórica de Madero, por encima de Juárez. Sin embargo, en una democracia la facultad de promover el revisionismo histórico es un derecho de todos y de todas. Por supuesto, de los líderes y representantes políticos, pero también de la sociedad civil, medios de comunicación y ciudadanía en general. Puede ser promovido por historiadores y académicos, como parte de su búsqueda de la verdad y la comprensión histórica. También los movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil pueden promover el revisionismo histórico para desafiar las narrativas dominantes y promover la justicia social. Asimismo, los grupos marginados -como los pueblos originarios de Chiapas- pueden utilizar el revisionismo histórico para reivindicar su lugar en la historia y desafiar las narrativas que han sido utilizadas para justificar su opresión. En las últimas semanas hemos observado una importante participación de ciudadanía, grupos sociales y académicos en la discusion del tema local. Lo que no se vale es negar la existencia de este derecho, y demeritarlo por falta de interés general. Como en todos los temas de la “agenda setting” como le llaman los polítologos norteamericanos, el éxito o fracaso de su relevancia depende de la capacidad de los promoventes para convencer a la opinión pública.
A mi me parece que este debate se presenta como una oportunidad para abordar aspectos de justicia o reivindicación histórica sobre la pluriculturalidad chiapaneca. Y mi posición no es coyuntural, ha sido constante desde que publiqué mi tesis de grado “La teoría de los derechos de los pueblos indígenas. Problemas y límites de los paradigmas políticos” (UNAM, 2005. La obra puede ser consultada en: http://ru.juridicas.unam.mx/xmlui/handle/123456789/10552). Ahí sostuvimos que los desafíos normativos planteados por la pluriculturalidad mexicana, hasta ese momento habían sido abordados exclusivamente en términos occidentales, por lo que teníamos la necesidad de revisar la historia y construir nuevos paradigmas y conceptos para poder explicarla: “La teoría política contemporánea continúa acostumbrada a la búsqueda de soluciones del alcance universal, incapaz para desentrañar la naturaleza de un contexto derivado de una complejísima diversidad cultural, que no está contemplado en los recetarios políticos, dependientes exclusivamente de las herramientas que les ofrece el liberalismo tradicional, el multiculturalismo, el comunitarismo o el pluralismo liberal… El desafío conlleva la necesidad intelectual y sociopolítica de construir una teoría latinoamericana de los derechos de los pueblos indígenas que, bebiendo de las teorías del nacionalismo y la etnicidad, contemple desde instituciones particulares el desafío normativo que representan estos grupos culturales”.
Para ir concluyendo, diría que el cambio en el escudo de Chiapas, si es justificado por un revisionismo histórico riguroso, debería entenderse como un acto de coherencia cívica. Al actualizar nuestro símbolo oficial, no sólo se podrían corregir imprecisiones o narrativas injustas, sino que se pudiera honrar la verdad histórica y garantizar que la identidad visual de Chiapas esté en sintonía con el conocimiento actual sobre sus orígenes. La iniciativa, en este contexto, no debería verse como sinónimo de destrucción, sino de construcción de una memoria más honesta. La adopción de un nuevo escudo, cimentada en la reevaluación crítica del pasado, representa un paso fundamental hacia una identidad chiapaneca más inclusiva. Implica reconocer que las narrativas históricas dominantes invisibilizaron a ciertos grupos y que es importante reinvindicarlos. Después de todo, como ha venido comentando el Dr. Andrés Fábregas en los diversos foros universitarios, “los símbolos que nos representan, no deben ser estáticos ni intocables”. Eso si, el revisionismo implica rigor científico, valentía, compromiso y debate, mucho debate.
*Rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Chiapas.

