Escenario chiapaneco integró artesanos y símbolos en el Parque Bicentenario de la capital.
Eric Ordóñez/Ultimátum
El montaje de un altar de Día de Muertos a gran escala transformó el Parque Bicentenario durante la tercera semana de octubre. La instalación, dirigida por el ingeniero agrónomo y maestro floral Gustavo Pinto de Celis, concentró tres meses de planeación y una semana de ejecución, y reunió a más de un centenar de colaboradoras y colaboradores de distintas regiones de la entidad. El proyecto formó parte del festival XIBAL BALAM 2025, impulsado por Yasmín Ramírez, y aprovechó la arquitectura escalonada del monumento “Chiapas y la Nación Mexicana” para construir un frente ceremonial de varios niveles.
Pinto de Celis explicó en entrevista con el periodista, Pepe Gallegos, que el equipo integró a artesanas y artesanos de Chiapa de Corzo, Ocosingo, San Cristóbal de Las Casas, Zinacantán, Chamula, Yajalón, la zona Lacandona y el Soconusco, entre otros municipios. El trabajo incluyó cartonería, fibra de vidrio, joyonaquería, tallado en madera, canastería y floricultura. Productores de la Ribera de Zinacantán abastecieron cempasúchil y otras especies estacionales, mientras que alfareras de Amatenango del Valle elaboraron incensarios destinados a la quema de copal.
La propuesta se concibió con una premisa: privilegiar las tradiciones locales. El equipo documentó usos y costumbres funerarios de diversas zonas de Chiapas y definió componentes propios de los altares regionales. En consecuencia, la ofrenda incluyó pan soque y pan coleto, atol agrio, chilil, tejocote, mandarina, cañas, caldos y pozol, además de velas, juncia y arcos florales. Las piezas utilitarias y decorativas fueron manufacturadas en talleres comunitarios, con ritmos y tiempos propios del trabajo manual.
Para el acceso principal se instaló un camino de calaveras con indumentarias representativas de pueblos tsotsiles, tseltales, choles y lacandones, entre otros. El pasillo funcionó como ruta simbólica para el retorno de las ánimas durante el 1 y 2 de noviembre y condujo hacia el altar mayor, donde también se colocaron retratos de mujeres y hombres ilustres de la entidad, en reconocimiento a sus aportes culturales y sociales.
El responsable creativo subrayó que la intervención evitó incorporar elementos ajenos a las celebraciones mexicanas, por lo que prescindió de referencias al “Halloween”. La curaduría recurrió a criterios de autenticidad y pertinencia cultural y, al mismo tiempo, buscó un lenguaje accesible para el público general.
La operación del proyecto generó una derrama económica directa en cadenas productivas locales: compra de flores a invernaderos y parcelas de altura, encargos de canastas y trenzados a grupos de Ocosingo, pedidos de textiles y listonería a talleres de los Altos y contratación de servicios de carpintería y herrería en Tuxtla Gutiérrez. Las y los organizadores señalaron que la programación artística vinculada al festival incluyó actividades paralelas y que el conjunto se concibió como un espacio de exhibición y aprendizaje sobre prácticas funerarias chiapanecas.
El montaje avanzó con base en un cronograma que consideró tiempos de secado de papel maché y resinas, así como la recepción escalonada de flores frescas para asegurar su permanencia durante la temporada. Las cuadrillas trabajaron por turnos en la construcción de estructuras, colocación de elementos, trazos de iluminación y seguridad perimetral para el flujo de visitantes.
Durante la entrevista concedida el 21 de octubre, Pinto de Celis estimó la participación directa de unas 25 personas en labores de coordinación y más de 100 en tareas de producción y montaje, además de productores y proveedoras externas. Afirmó que el objetivo consistió en honrar la vida mediante un dispositivo artístico que recuperara símbolos de identidad y prácticas domésticas de los altares chiapanecos.
La inauguración del conjunto se programó para el 24 de octubre a las 19:00 horas, con acceso gratuito. De acuerdo con la organización, la instalación permaneció abierta al público con una cartelera de presentaciones culturales y visitas guiadas.
La realización de esta obra respondió al impulso institucional de promover el patrimonio inmaterial y, al mismo tiempo, funcionó como escaparate para oficios tradicionales que aportaron técnicas y materiales específicos. Con ello, Tuxtla Gutiérrez sumó un referente visual y comunitario de Día de Muertos, construido desde la colaboración entre creadoras, creadores y equipos técnicos locales.

