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¿Activista o periodista?

24 de octubre de 2025
in Opiniones
Porque el periodista, aunque pueda indignarse, no debe escribir desde la furia; y aunque pueda sentir empatía, no debe olvidar la distancia.

Porque el periodista, aunque pueda indignarse, no debe escribir desde la furia; y aunque pueda sentir empatía, no debe olvidar la distancia.

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Porque el periodista, aunque pueda indignarse, no debe escribir desde la furia; y aunque pueda sentir empatía, no debe olvidar la distancia.

REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez

Quizá no marcho, quizá no ondeo banderas ni encabezo consignas, pero eso no me hace menos. Mi activismo comenzó en casa, en el territorio íntimo donde se libran las primeras guerras por el respeto. Lo logré, aunque no del todo: quedó un cabo suelto. El resto me respeta.
He asistido solo a dos marchas del orgullo en mi vida. No me resta identidad. Pero cuando veo casos como el de Sáhara Munira José Flores, apropiándose de un sitio que no le corresponde, me vuelvo activista desde mi oficio: el que incomoda, el que observa y no calla.
Sí, hay una línea entre el periodismo y el activismo. Es minúscula, casi invisible, pero existe. Esa frontera no la trazan los manifiestos ni las consignas, sino la conciencia del oficio. Porque el periodista, aunque pueda indignarse, no debe escribir desde la furia; y aunque pueda sentir empatía, no debe olvidar la distancia.
El verdadero proceso es transitar de lo individual a lo colectivo, y muchas veces ese tránsito se hace desde el periodismo, usando la voz y la palabra como puente. Un periodismo equilibrado, capaz de dar cabida a todos los actores sociales, incluso a aquellos con los que no coincidimos, porque solo así la verdad puede contarse completa.

EL OFICIO QUE OBSERVA Y NO GRITA
Ryszard Kapuściński lo advirtió: “Para ser buen periodista hay que ser buena persona.” No se refería a la neutralidad, sino a la empatía moral. El periodista, decía, no puede ser indiferente ante la injusticia, el hambre o la guerra, porque la indiferencia también es complicidad.
Pero la empatía sin método se convierte en militancia ciega. La línea entre compromiso y adoctrinamiento es tan delgada que podría confundirse con un hilo de humo: el periodista que se deja dominar por la causa deja de observar; el que solo observa sin conmoverse, deja de ser humano.
Por eso, investigar contra el prejuicio debería ser una regla ética y no una aspiración romántica: seguir la evidencia sin partir de conclusiones preconcebidas, documentar cada afirmación con fuentes verificables. Porque quien investiga para confirmar lo que ya cree, no escribe periodismo: redacta propaganda.

PASTRANA Y LA PEDAGOGÍA DEL OFICIO
Leí que Pastrana lanzó una sentencia que me resonó como bofetada: “En las escuelas de periodismo se ha borrado la función emancipatoria y de pedagogía política que debería ser la base del oficio.”
Tenía razón. Durante años nos entrenaron para ser notarios de la realidad, no para ser su conciencia crítica. “Teníamos que ser como notarios que daban fe”, dijo. Pero la verdad es que el periodismo no da fe, da sentido.
Pastrana también recordó que las correlaciones de fuerza son esenciales, y que para enfrentarlas nace el periodismo. No el de escritorio, sino el que se arremanga para comprender cómo el poder se disfraza de gobierno, y el gobierno de voluntad popular.
Y ahí está la trampa: muchos periodistas creen que cuestionar al poder es lo mismo que criticar al gobierno, pero el poder no siempre despacha desde un palacio. A veces tiene micrófono, cámara y línea editorial.
Cuando los medios ligados a los privilegios acusan a otros de “propagandistas”, lo hacen porque han confundido rigor con rebeldía.
Pastrana lo dijo sin eufemismos: “¿Quién te va a llamar propagandista, López-Dóriga?”
Y remató con puntería: “Alguien debería avisarles que Televisa y Latinus no solo son medios, también son parte del poder.”
La ironía es brutal, pero necesaria. En un ecosistema donde la verdad se alquila por minuto, el rigor es el único activismo legítimo.

HEMINGWAY: EL TESTIGO QUE SANGRA PERO NO GRITA
Ernest Hemingway, que cubrió guerras y revoluciones, decía que el reportero debía estar “dentro del infierno, pero sin volverse parte del fuego”. Su activismo era de acción, no de consigna.
Narraba el horror para que el mundo reaccionara, no para reclamar aplausos. Su verdad se escribía con la sangre de la experiencia, no con el dedo que señala.
A veces me pregunto: ¿cuántos periodistas de hoy soportarían mirar una guerra sin convertirla en hashtag? ¿Cuántos resistirían sin subir su selfie de corresponsal valiente?
En tiempos de likes, el silencio ético suena más fuerte que el ruido de las consignas.

GERDA TARO: LA CÁMARA QUE NO RETROCEDIÓ
Gerda Taro, la primera fotoperiodista muerta en el frente, entendió que no hay forma de contar una historia sin tomar postura. Su cámara fue un acto político: mostraba el sufrimiento del pueblo español con la convicción de que la verdad también es resistencia.
Durante la Guerra Civil Española, Taro decidió separarse de Robert Capa para firmar su propio trabajo en Ce Soir. Su lente enfocó no solo a los milicianos y mujeres armadas, sino a la vida civil que ardía entre los escombros.
No disparaba con balas, sino con luz. Y como diría Capa después: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no te has acercado lo suficiente.”
Taro se acercó tanto que murió en el frente. No fue mártir: fue testigo. Su legado no se mide en bronce, sino en el pulso ético de cada fotógrafo que se atreve a mirar donde otros cierran los ojos.

GARCÍA MÁRQUEZ Y EL PERIODISMO QUE HUMANIZA
Gabriel García Márquez sostenía que el mejor activismo era contar bien la historia del otro. “La mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino la que se cuenta mejor.”
El periodista puede tomar partido, sí, pero por la verdad, no por la trinchera.
Contar bien es también un acto político, pero uno que no necesita pancartas. Si el poder calla, el periodista pregunta; si la sociedad juzga, el periodista escucha; si la mentira grita, el periodista escribe.

GUERRIERO, CAPARRÓS Y LA RESISTENCIA DE LA PALABRA
Martín Caparrós dice que “el periodista debe molestar”. Leila Guerriero lo hace mirando sin pestañear.
Ellos entienden que el periodismo no es militancia, pero sí una forma de resistencia frente al silencio.
Una anáfora lo resume: resistir al olvido, resistir al poder, resistir al miedo.
Porque quien deja de resistir, deja de narrar.
Guerriero lo resume sin solemnidad: “Un periodista es alguien que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente.” Y eso, en un tiempo de verdades a la carta, suena casi subversivo.

KISCH: CORRER DETRÁS DE LA REALIDAD
Egon Erwin Kisch, el “reportero vertiginoso”, sostenía que el periodista debía verlo todo, oírlo todo, investigarlo todo… pero sobre todo no inventar nada.
En El hombre del periodismo escribió: “No existe un reportaje neutral, pero sí un reportaje honesto.”
La objetividad absoluta es una quimera, pero la honestidad es una decisión diaria.
Yo también he corrido tras mis propias realidades: las de mi identidad, las de mi oficio, las de un país donde las verdades se matan entre sí
A veces pienso que el periodismo es eso: una carrera entre la urgencia de entender y el miedo a mirar demasiado.

ACTIVISMO SIN PROPAGANDA
El periodista puede ser activista, sí, pero solo si su bandera es la verdad.
Puede militar en la ética, en la transparencia, en la palabra justa.
Lo peligroso no es tener una causa, sino perder la distancia que permite comprenderla.
Porque cuando el periodista se confunde con el activista, la realidad deja de tener testigos y solo quedan bandos.

Nos queda la palabra que no tiembla.
Nos queda la pluma que observa antes de juzgar.
Nos queda el periodismo que no berrea: el que investiga, el que duda, el que resiste.
Porque sin duda no hay verdad, sin verdad no hay justicia, y sin justicia no hay periodismo.

Cordial saludo.

Porque el periodista, aunque pueda indignarse, no debe escribir desde la furia; y aunque pueda sentir empatía, no debe olvidar la distancia.
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