El caso de Uruapan ha tenido especial resonancia en medios locales, nacionales e incluso internacionales, no sólo por la crudeza del atentado —perpetrado en pleno evento público—, sino por los mensajes previos que el propio alcalde difundió.
MÁS ALLÁ DEL DISCURSO/Carlos Serrano
El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, ocurrido la noche del 1 de noviembre durante un evento en el parque central de esa ciudad, no sólo enlutó a Michoacán, volvió a poner a México frente al espejo de su tragedia más persistente. La violencia no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de una región; sin embargo, lo que conmueve y escandaliza es la naturalidad con la que el país parece asimilar que sus autoridades locales sean blanco constante de ataques armados, sin que haya una respuesta institucional sólida ni una estrategia capaz de contener el miedo.
En los últimos meses, distintos municipios del país han sido escenario de hechos similares. Tan solo en junio pasado fue asesinada Martha Laura Mendoza, presidenta municipal de Tepalcatepec y su esposo Ulises Sánchez Ochoa, también en Michoacán. Días antes, el edil de Metlatónoc, Guerrero, Isaías Rojas Ramírez, perdió la vida tras un ataque en la autopista del Sol. En Oaxaca, la alcaldesa de San Mateo Piñas, Lilia Gema García Soto, fue ejecutada dentro de la alcaldía el 16 de junio y semanas atrás, el 15 de mayo, el presidente municipal de Santiago Amoltepec, Mario Hernández García, corrió la misma suerte luego de una emboscada. Cada caso estremeció por unas horas a la opinión pública, pero pronto se desvaneció entre comunicados estandarizados, promesas de justicia y la rutina mediática de la tragedia.
El caso de Uruapan ha tenido especial resonancia en medios locales, nacionales e incluso internacionales, no sólo por la crudeza del atentado —perpetrado en pleno evento público—, sino por los mensajes previos que el propio alcalde difundió, donde exigía apoyo para enfrentar a los grupos generadores de violencia que operan impunemente en la región. Sus palabras, hoy póstumas, suenan como una advertencia que nadie quiso escuchar.
Paradójicamente, horas después del atentado, integrantes del Gabinete de Seguridad federal aseguraron que el alcalde contaba con protección oficial, declaración que fue duramente cuestionada por ciudadanos y analistas. En redes sociales se viralizaron las imágenes del gobernador de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, siendo abucheado y expulsado por habitantes indignados, cansados de la indiferencia de sus gobernantes y del discurso vacío con el que suelen responder a la tragedia.
La pregunta, entonces, suena inevitable, ¿por qué hasta que ocurre una tragedia las autoridades voltean a ver lo que durante meses había sido un reclamo generalizado? En Michoacán, en Guerrero, en Oaxaca y en otras regiones, los alcaldes gobiernan entre amenazas, extorsiones y un aislamiento que los deja vulnerables. Las alertas estaban ahí: los ataques, las denuncias, las renuncias silenciosas de quienes prefieren abandonar el cargo antes que ser la siguiente víctima. Y aun así, no se ha logrado ofrecer una respuesta estructural, coordinada ni sostenida en el tiempo.
La muerte de Carlos Manzo no es un caso aislado, sino síntoma de un modelo agotado, de una relación rota entre ciudadanía y gobierno, entre territorio y autoridad. Lo que se ha descompuesto no es sólo el orden público, sino la credibilidad misma de las autoridades para garantizar la vida de quienes los representan en los municipios más violentos del país.
En los próximos días, seguiremos viendo una cascada de declaraciones, homenajes y compromisos de “investigación a fondo”. Quizá se anuncien operativos especiales y mesas de coordinación. Pero si algo ha demostrado la experiencia reciente es que sin voluntad política real, sin una estrategia que priorice la protección de autoridades locales y el rescate de los territorios, la historia volverá a repetirse.
Y entonces, cuando otro alcalde, otra alcaldesa o candidato sea víctima de la violencia, nos volveremos a preguntar —como hoy— por qué nadie hizo nada cuando aún se podía actuar.

