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CULTURA

26 de abril de 2023
in Opiniones
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Cavilaciones sobre mi Tuxtla

Jorge Marengo Camacho/Ultimátum

En la tarde después del co­legio había varias cosas por hacer. Con los amigos de la secundaria solíamos andar en bicicleta por los senderos del río Sabinal, siempre inacabados, siempre encharcados, siempre tan nuestros. Mirábamos lagartija y ardilla, harta. Aquel río, ni tímido ni escandaloso, acogía garzas extraviadas y tortugas. Cuenta mi madre que alguna vez, hasta peces se podían mirar.

Los noventas ´taban floreciendo, y la camioneta del abuelo equipada con un radio de onda corta que nunca funcionaba, – disque pa´hablar con la gente del rancho –; y con una casetera, donde cuando ya le hartaba el “Chente”, la Juana la Cubana y la Sopa de Caracol salían al quite. Pasábamos “El Mague­yito”, luego el “Parque de los Once”, y finalmente, llegar al campo de futbol de la Colonia.

Soy testigo de batallas futbolísticas legendarias, aparecía Meme Robles, y los hijos del Dr. Cárdenas, la chama­cada se dejaba venir de todo el rumbo. Quisiera recordar todos los nombres. Paso el tiempo y el campo de futbol se convirtió en Iglesia, siguió pasando el tiempo y mi abuelo ahora vive en esa Iglesia.

Otro campo de futbol en el que namás se miraba puro buenazo jugá, era el que estaba pegadito al “Blanco Sol”. Por esas fechas, ´taba llegando otra oleada de modernidá al pueblo, no como la de los setentas que namás todo lo vino a chingá, una mejor. Vino Plaza Cristal, la Discoteca Colors, el Mc Donalds y el Kentuchy, ¡Ahhh y pobree de vos si querías llegar enchorado al restoran!, te encontrabas a puro cono­cido, así que había que sacar la mejor gala pué.

Esa modernidá, ahora sí que tam­bién se estaba llevando al baile, a la Disco Sheik y al mismísimo San Re­mo de las Estrellas La Catedraaal del Bailéee…

Tabamos arriba de píchis y debajo de hombre de bien. La diversión de los domingos consistía en ir a la Matiné del Vistarama, o al Alameda y aplaudir harto al final de la película, no importa­ba que no escucharan los actores, igual si no te gustaba la película les men­tabas su madre a chiflos, a ver si así, en la próxima función le echaban más ganas puee. Ya por la tarde, había que darle la vuelta al Parque Central, en un cortejo muy autóctono que se llamaba “Centralear”. Ni creás que lo hacíamos a pie. Eramó fresas, de a cochesuco de papá, y además Tuxtla era la Capital, ni modo de hacerlo como en los pueblos de los abuelos.

Alegre también se ponía la pista de patinaje de la Plaza Bonampak, ya la de “las Pampas” del Parque Morelos no daba pa´tanto gentío. Además del cine, los fines de semana, tocaba ir con la hermana chica a comer raspado de vainilla con plátano a Convivencia y tu paseíto en lanchita, sabrosoo.

La Tuxtla de antes, tenía más casas abiertas y más mesedoras de madera, había más cotorros en los patios, y todo mundo tenía un su árbol de limón. Re­cuerdo más delantales, y más bulla de pueblo que de ciudad, veía más juncia, creo que hasta la marimba era más li­bre, no se la pasaba tan encerrada como ahora, aunque tal vez me equivoque.

Los sabinos, eran además de ár­boles, un club donde pasaban los días, entre pelotazos y ping pon. En mi Tu­xtla de ese entonces, la señora de los taquitos de Comisión se acababa de pasar a lado del Río Sabinal, y con 10 pesos comías 4 tacos y un pozol. Las hamburguesas de Terán era lo más Inn por mí rumbo, sin embargo, si al­guien nos iba a visitar desde el “lejano oriente”, pedíamos garnachas de una señora de allá por el 5 de mayo, que dizque era jucha y buenasa pa esos menesteres.

Un día crecimos, y nos tocó cono­cer los puntos más estratégicos de la capital pa` la supervivencia nocturna, “Los güeros”, “El Ovni”, “El Pelucas”, “las 5 esquinas”. Después de las doce de la noche, ´char trago afuera de la disco, o conocer el método de la Caguama en bolsita y descubrir interesantes tugu­rios donde igual llegaban deportistas de Caña Hueca, que políticos que no querían que los miraran o albañiles haciendo obra ahí por el rumbo.

Pasó el tiempo, y namás me acuer­do y me río solito, de tanto que me ha dado mi pueblo, y tan bonito que fue lo que viví, porque fue mío. Esa mi Tuxtli­ta, con tus árboles tan grande, tu calor tan fiero, y tus botaneros sabrosos, ¡al final del día creo que me caes a toda madre!

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