Amenaza la división a Morena ante la sucesión
Ricardo del Muro/Ultimátum
La crisis de los partidos políticos y el voto de castigo (más de 30 millones de sufragios, el 53% del total), además de los escándalos de corrupción, fueron determinantes en el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018, pero ahora, ante una sociedad polarizada y de cara a la sucesión presidencial de 2024, más que la “oposición conservadora”, el mayor peligro para la continuidad de la Cuarta Transformación es la división de Morena.
En la antesala de su primera sucesión presidencial, el reto de Morena es evitar las rupturas que provocaron las crisis del PRI y del PRD, por lo que López Obrador ha prometido que no recurrirá al “Dedazo” para imponer a un candidato y en la cena que el lunes tuvo con los aspirantes morenistas, también conocidos como las “corcholatas”, se erigió en un árbitro al establecer algunas pautas para la sucesión.
Al día siguiente, Marcelo Ebrard madrugó y anunció su renuncia a la Secretaría de Relaciones Exteriores, a partir del próximo lunes, para buscar la candidatura de Morena. De esta manera, se adelantó a la reunión del Consejo Nacional de Morena convocada para el próximo domingo, en una jugada que tomó por sorpresa a todos los competidores, principalmente al grupo de su principal rival, Claudia Sheinbaum.
Entre las reglas fijadas por AMLO, según la nota que el periódico Reforma publicó en su primera plana, están que los aspirantes a la candidatura presidencial de Morena deberán renunciar de manera definitiva a sus cargos públicos antes del 15 de junio y que podrán hacer proselitismo entre el 15 de junio y la tercera semana de agosto “sin confrontaciones directas ni debates entre candidatos”.
A finales de agosto se realizará una sola encuesta nacional y los resultados deben difundirse antes del 15 de septiembre. Las pautas también incluyen premios de consolación para el segundo y tercer lugar, evitar confrontaciones y revisión de las casas encuestadoras.
López Obrador no se mostró sorprendido por el anuncio de la renuncia de Ebrard y, en la conferencia mañanera del miércoles, explicó que ya “hay un proceso en puerta para elegir al candidato o candidata a la Presidencia”, además de reiterar que “estamos asistiendo a un hecho inédito, alguno nunca visto”, porque durante mucho tiempo, siglos, prevaleció el dedazo, el tapado, la imposición del presidente.
Hubo un tiempo en que los priístas recomendaban la “disciplina partidista” y la resignación frente al “Dedazo”, so pena de marginar y encarcelar a los rebeldes; los asesinatos de Escobar, Serrano y Obregón en 1929, fueron el antecedente del PRI que fue el partido hegemónico hasta 1988, pero no pudo evitar rupturas, en el contexto de la sucesión presidencial, como el movimiento Henriquista de 1951 y la Corriente Democrática de 1987, que sería el antecedente del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y, en consecuencia, del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
López Obrador tuvo la opción de retomar el control del PRD, un partido que dirigió por casi tres años, entre 1996 y 1999. Pudo intentar imponerse sobre la tribu de los chuchos e impedir que se concretara la negociación del Pacto por México, firmado el 2 de diciembre de 2012 entre PRI, PAN y PRD (que hoy se ostentan como alianza opositora) para aprobar las “reformas estructurales” de Enrique Peña Nieto.
Optó por constituir en 2011 una asociación civil (Movimiento de Regeneración Nacional) que respaldó su candidatura presidencial en 2012, en una alianza (Movimiento Progresista) del PRD, PT y Movimiento Ciudadano, que logró quedar como segunda fuerza política, al obtener 15.8 millones de votos (13.6%), mientras que el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto tuvo 19 millones de votos (38.21% del total).
En aquellos años, López Obrador publicó su libro “la Mafia que se adueñó de México”, donde afirmó que “que el candidato de las fuerzas progresistas de México debe ser el que esté mejor posicionado; es decir, el que tenga más aceptación entre la gente”.
Su principal contrincante por la candidatura fue Marcelo Ebrard, también militante del PRD y que gobernaba la Ciudad de México, a quien López Obrador calificó como un “político excepcional (que) no se ha dejado llevar por el canto de las sirenas” y con quien llevaba “una buena relación y nuestros adversarios no han podido separarnos”.
Aunque advirtió: “Es muy difícil que en política, cuando se compite por el mismo cargo, se mantengan las lealtades. Sin embargo, con mucha responsabilidad, desprovistos de ambiciones personales por legítimas que sean y poniendo por delante el interés general, estamos haciendo un esfuerzo por mantenernos unidos”.
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