José Antonio Molina Farro/Ultimátum
“¡Qué hombre, qué
cerebro, qué ciencia y
qué espíritu!
Abrevo con fruición en el filósofo Frédéric Lenoir en un libro excepcional, El Milagro Spinoza, que sintetiza la profundidad y lucidez, y el impacto en nuestras vidas de quien para muchos es el mayor de los filósofos. La pregunta inevitable es ¿cómo pudo alguien, a mediados del siglo XVII y en una atmósfera tan hostil, con tantas heridas y sufrimientos, ser el precursor de la Ilustración y las democracias modernas; el fundador de la sicología de las profundidades; el iniciador de la filología, la sociología y la etología, mucho antes de que estas disciplinas se consolidaran, el inventor de una filosofía basada en la alegría y la felicidad? Uno de los raros filósofos que no se sumergieron en el negativismo, y propuso un camino de construcción de sí mismo que conduce a la alegría y la felicidad. Sin duda su pensamiento significó toda una revolución filosófica, política, religiosa, moral, antropológica y sicológica, en un siglo dominado por el fanatismo, los oscurantismos y la intolerancia. Nada escapó a sus reflexiones, pacto social, igualdad de los ciudadanos ante la ley, democracia, laicidad y libertad de creencia y de expresión -, la razón como único criterio de la verdad-. A diferencia de Descartes que divide el mundo material del mundo espiritual, basado en el dualismo de Platón, Spinoza engloba en un mismo movimiento el espíritu y el cuerpo, -ambos tienen la misma dignidad-, la metafísica y la ética. Reconcilia cuerpo y espíritu, creador y creación, hombre y cosmos. Baruch, un adelantado a su tiempo y también al nuestro.
Van tan sólo unos testimonios de como sus obras impactaron a otros genios en diferentes disciplinas. Escribe Goethe: “Después de haber buscado en vano en todo el mundo un medio de expresión cultural para mi extraña naturaleza, acabé por caer en la Ética de Spinoza, un espíritu que ejerció en mí una acción tan decidida y que tendría una influencia tan grande en mi manera de pensar… No sabría explicarlo pero encontré el apaciguamiento de mis pasiones. La calma de Spinoza que todo lo apaciguaba, contrastaba con mi impulso, que todo lo agitaba; su método matemático era lo opuesto a mi carácter y a mi orientación poética, y era precisamente ese método que se considera impropio para tratar materias morales, lo que me convertía en su discípulo apasionado y su admirador más decidido… [me entregué a esa lectura y creo no haber tenido jamás una visión más clara del mundo]”. Einstein reconoce una enorme deuda hacia él, en pleno siglo XX decía que la obra de Baruch era la prolongación metafísica de la revolución física que llevaba a cabo. Einstein se conmovió con la afirmación de Spinoza, que la alegría más pura llega cuando hemos aprendido a armonizar nuestra naturaleza con la Naturaleza, a ponernos en el diapasón (gracias a la razón) de la sinfonía cósmica. Así, cuando muy seguido le preguntaban si creía en Dios, respondía siempre: en el Dios de la Biblia no, pero sí en el Dios cósmico de Spinoza, { Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de todo lo que existe, pero no en un Dios que se preocupe del destino y actos de los humanos}. Recordar que para el filósofo holandés Dios es sustancia infinita, única, eterna, causa de sí mismo – causa sui-, es la eternidad. Amorfo, impersonal, responsable del orden del universo y la belleza de la naturaleza. Todo lo que vemos y tocamos es una extensión de la divinidad. No hay diferencia entre el amor que sentimos por Dios, el amor que Dios tiene por los hombres o el amor que Dios siente por él mismo. “De donde se sigue que Dios, en tanto que se ama a sí mismo, ama a los hombres, y por consiguiente el amor de Dios hacia los hombres y el amor intelectual del espíritu hacia Dios son una sola y misma cosa”. Nuestro espíritu continuará viviendo en Dios, que no tiene ni principio ni fin, como una parte de él mismo. Nietzsche por su parte: “¡Estoy encantado! Tengo un precursor. ¡Y vaya precursor! Mi soledad que como al subir una montaña muy alta me deja sin aliento, es al menos una compañía de dos”. Aunque cabe decir que si bien la ética de Nietzsche tenía como objetivo la alegría, la escribió de manera fragmentaria, con aforismos, en tanto Spinoza construyó un potente sistema racional. Su ética consiste en pasar de la impotencia a la potencia, de la tristeza a la alegría, de la servidumbre a la libertad. Despliega su humanidad en una frase, “cada hombre completa a los otros y es completado por ellos”. Muchas veces le preguntaron a Freud por qué no mencionó jamás en sus escritos su deuda hacia el filósofo, el padre del sicoanálisis respondió en una carta en junio de 1931: “Admito, desde luego, mi dependencia de la doctrina de Spinoza. No había motivo alguno para que mencionase explícitamente su nombre, ya que he construido mis hipótesis a partir del clima que él creó, más que a partir del estudio de su obra”. Sin comentarios. El celebérrimo neuropsicólogo António Damásio, hoy día ve en Spinoza al precursor de sus teorías sobre las emociones. Y Henri Bergson: “Cuando se es filósofo se tienen dos filosofías: la propia y la de Spinoza”. Baruch nos invita a no juzgar las acciones humanas, sino en tomar al ser humano tal y como es, en su naturaleza a su vez universal y singular, y a juzgar sólo sus actos en función de sus motivaciones y de sus causas profundas. De ahí su hermoso dictum: “No burlarse, no lamentarse, no detestar sino comprender”.
Víctima de las peores calumnias los suyos lo condenaron, y vivió bajo amenazas permanentes. Fue odiado pero no odió nunca. Fue traicionado pero no traicionó a nadie. Se burlaron de él, pero siempre respondió con respeto. Borges dijo de Baruch (nombre hebreo que significa bendito), “El más puro amor le fue otorgado, el amar sin esperar ser amado”. Falleció a los 45 años. “Hay diversas estancias en la casa del filósofo, y la de Spinoza es la más bella, la más alta, la más vasta. ¡Qué le vamos a hacer si no somos capaces de habitarla por completo!” André Comte-Sponville.
jose_molinaf@yahoo.com.mx
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