Miguel Ángel Buitrón/Ultimátum
CÁRDENAS
Lo encontramos en el panteón, recargado en la tumba de su madre, recordando con mucho sentimiento y arrepentimiento, los abrazos y caricias que dejó de darle cuando ella aún vivía. Y es que hace apenas dos años que doña Florencia Vargas Venegas dejó de existir, una por la vejez, y dos, por la tristeza de sentir lejos a su hijo, aunque geográficamente no estaba a más de 20 minutos de distancia.
Miguel Alberto Burgos Alfaro se sacó la espina con el reportero y descargó sus emociones, aquellas que le apretaban el pecho y le cerraban la garganta, esas que motivan a llorar, pero a la vez te endurecen el corazón. “Mi mamá murió de tristeza porque me alejé de ella, dejé de hablarle, de decirle te amo, creí que me iba a durar toda la vida, y ya vez, no fue así”.
Sobre la loza del “caliente cemento”, producto de los 35 grados centígrados de este martes, Miguel depositó un ramo de flores con el que pretende, en su inconsciente, agradarle a la mujer que hace 45 años lo trajo al mundo, quien pese al alcoholismo y desobligación de su padre, siempre vio por él, y eso es lo que le cala, pues Miguel reconoció que él sí la abandonó, y cuando ella más lo necesitaba.
Aunque no pudo llevar un mariachi que cantara en la tumba de doña Florencia la canción que más le gustaba a su madre, esa que compuso Juan Gabriel en 1982 y que irónicamente se titula “ya lo sé que tú te vas”, por lo que Miguel Alberto lo compensó con tres horas al pie del concreto.
“Cometí muchos errores, y el peor fue no darle a mi madre la atención que ella necesitó, pensé que la iba a tener por siempre, que nunca se iba a ir”, lamentó Miguel, quien protagoniza una más de las historias que tanto se repiten en los panteones de México cuando no entendemos lo breve que es la vida y el final de la misma.