No hay duda que el Gobierno esté desarrollando un gran esfuerzo en Acapulco. El tema más bien pasa por la forma en que se está haciendo y por la narrativa que está tratando de construir. Una de las formas en que se define lo que está pasando en Acapulco pasa por las narrativas de unos y otros.
El Presidente está tratando de crear la imagen entre la población de que las cosas poco a poco están bajo control. Quien opina diferente es señalado, en muchas ocasiones se lleva más tiempo en la crítica a quien ejerce la crítica que a dar un diagnóstico de lo que está pasando.
Para López Obrador puede llegar a ser más relevante reunirse con un beisbolista o hablar de los Padres de San Diego que recibir a quienes se manifiestan por la forma en que ha desarrollado su estrategia ante el devastado Acapulco.
A quienes desde ayer se manifiestan y que podrían armar campamentos hasta que sean atendidos, los descalificó. Dijo que era “politiquería”, pero por lo que se ve no sabe bien a bien exactamente qué están reclamando. Si alguien presumimos debe ser sensible a la protesta, es el propio Presidente que a lo largo de su vida política ha tenido en esta estrategia parte de su desarrollo y avance político.
Todo aquello que a López Obrador no le parece y que pasa por la crítica y movilizaciones contra su Gobierno lo califica de “politiquería”. No hay manera de poder debatir o de que se siente con los manifestantes para escucharlos y conocer sus razones. En muchas ocasiones ha cerrado las puertas antes de saber de qué se trata lo que le proponen.
Estos escenarios han ido cerrando paso a paso los caminos de la intercomunicación. Los manifestantes acapulqueños tienen razones de fondo y si estuvieran equivocados hay que hacerles ver qué es lo que está haciendo el gobierno más que colocarles grúas para impedirles el paso al Zócalo. Fue una decisión fuera de lugar, si nos atenemos al sentido de las libertades y la protesta en nuestro país.
Con toda la información que a diario recibe el Presidente debe saber dónde están los puntos más delicados de lo que está pasando en Acapulco. Suponemos que debe saber que no se trata de ser como los de antes. Es un asunto de sensibilidad y gobernabilidad sentarse con la gente, escucharla y verla a los ojos; que se haya hecho antes no significa que no deba hacerse.
Es cierto que hay quien ha tratado y trata de sacarle raja a lo que está pasando. Eso invariablemente sucede, pero el Presidente debe estar más allá de ello. El que no haya aparecido entre la gente y que cada vez que vaya a Acapulco todo indica se da una vuelta en helicóptero y luego en una oficina recibe los informes de lo que está pasando, si bien le permite conocer lo que pasa, incluso diseñar algunas estrategias, también es cierto que lo aleja de la población.
Acapulco es un municipio muy rico y muy pobre. A pesar de las maravillas del puerto, mucha gente vivía antes del huracán bajo condiciones brutalmente adversas. Imaginemos ahora por lo que están pasando miles de acapulqueños que no tienen dónde dormir, qué comer y además están aislados.
No es un capricho de la gente el querer ver al Presidente. Lo quieren ver para protestar, pero también para sentir que es el referente directo a quien le pueden pedir ayuda y quien debe estar con ellos.
Las y los acapulqueños quieren hablar con el Presidente para que conozca de manera directa lo que pasa más allá de un escritorio o de la visión de las Fuerzas Armadas.
La inseguridad tiene atrapada a buena parte de la ciudadanía. La delincuencia organizada nunca se fue, más bien lo que está haciendo es acomodarse haciendo lo que todos sabemos.
Acapulco, con todo lo que está implicando, puede ser el antes y después del Gobierno.