A partir de la definición de Samuel García como virtual candidato de Movimiento Ciudadano a la Presidencia de la República, comenzó a plantearse la posibilidad de que algo como “el efecto Milei” en Argentina pudiera repetirse en México. Sin duda, es una cuestión relevante porque, en términos de imagen y producción visual, la construcción que se ha hecho del personaje coincide con la simpleza y simplificación de la realidad que articuló el nuevo presidente de Argentina. Para pensar en el tema es necesario, sin embargo, pensar históricamente en las distintas “derechas” que han participado abiertamente en la política en México.
Así, en primer lugar, estaría lo que fue el movimiento sinarquista, considerado por décadas como “el brazo político” de la Iglesia católica y que participó activamente en la llamada Guerra Cristera de la década de los 20. Posteriormente, se le vinculó al régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial y, en fechas más recientes, tuvo representación política a partir del denominado Partido Democrático Nacional (el “del gallito colorado”). Ese movimiento, como propuesta política, nunca prosperó, y de hecho desapareció desde la década de los 90 incluso a nivel local. Otra vertiente de la derecha en la política se ubica históricamente en el Partido Acción Nacional, al que han estado vinculadas personalidades de la alta cultura mexicana. En efecto, desde José Vasconcelos hasta Carlos Castillo Peraza, han planteado una idea de país, abiertamente declarada como heredera de la tradición del conservadurismo político, haciendo importantes aportes a la democratización del sistema político mexicano.
En las últimas dos décadas, sin embargo, ha habido un vaciamiento de la ideología de los grupos del conservadurismo, dando paso a un abierto pragmatismo que llevó a la posibilidad de una constante rotación de miembros y funcionarios que han ido de un partido a otro y de una administración a otra, pues no representan sino intereses de grupos específicos, pero sin “el empaque” ideológico que permitía establecer ciertos “diques” y posiciones de contención ética en el ejercicio de lo público. Hay otras diferencias estructurales respecto de lo que ocurrió en Argentina: tenemos estabilidad macroeconómica, la inflación, a pesar de ser elevada, se encuentra en niveles manejables, el crecimiento, siendo mediocre e insuficiente, permite mantener mínimos de perspectiva respecto de que las cosas pueden mejorar.
La otra gran diferencia es la magnitud de la fuerza y presencia de los grupos del crimen organizado, que ahí sí podrían llevar a que un discurso conservador y autoritario, como el de Nayib Bukele en El Salvador, podría ser atractivo para las poblaciones ante tanta impunidad, violencia y criminalidad en todo el territorio nacional. En distintos países, la aparición de personalidades policiacas sumamente histriónicas ha sido tomada con poca seriedad en sus inicios. Y, en general, la postura inicial es considerar que “payasos” así no serán aceptados por la ciudadanía. Pero se han tenido casos emblemáticos, ya no sólo en América Latina: desde políticos cantantes como Abdalá Bucaram en Ecuador, hasta Bolsonaro y Trump en Brasil y los Estados Unidos de América, respectivamente. Desde esta perspectiva, es posible pensar que en el 2024 sería difícil, dadas las preferencias políticas manifiestas hasta ahora a favor del Presidente de la República y su movimiento, que la ultraderecha pudiera avanzar de manera importante, tanto en discurso como en representación en el Congreso o en las gubernaturas.
Sin embargo, el llamado “chapulineo” que se ha dado con cada vez mayor frecuencia en los partidos políticos, y la incapacidad que han tenido para renovar cuadros que les den una nueva densidad ideológica y programática, abre la posibilidad de que, en el mediano plazo, se pudiera consolidar a su interior una coalición de intereses que, desde el más crudo pragmatismo, impulsen una opción electoral capaz de competir por el poder presidencial. Por eso urge, ante la realidad de que las tentaciones autoritarias siempre están al acecho, desde la sociedad civil, desde la academia y desde los medios de comunicación, continuar insistiendo en la urgencia de consolidarnos como un país de justicia y derechos humanos.