La democracia está degenerando en infocracia, advierte el filósofo Byung – Chul Han (2022). Se trata de una comunicación afectiva, donde no son los mejores argumentos los que prevalecen, sino la información con mayor potencial de excitación.
A partir del portazo de Palacio Nacional, en junio del año pasado, Andrés Manuel López Obrador, involuntariamente, se convirtió en el primer impulsor de la candidatura de Xóchitl Gálvez que, gracias a las benditas redes sociales, se viralizó, transformándose en la Señora X y, de paso, salvó al Frente Amplio por México para disputar, con una política carismática, la presidencia de la República.
El poder de las redes sociales fue determinante para que un influencer como Samuel García ganara la gubernatura de Nuevo León y ahora, en la antesala de la sucesión de 2024, ha surgido la Xochitlmanía.
La candidata de la coalición opositora Fuerza y Corazón por México, apareció como una propuesta novedosa y antisolemne, burlándose de los señalamientos de AMLO, y en pocas palabras, llenando “un hueco que estaba vacío”, advirtió Roy Campos.
Antes de Xóchitl, ya se había desatado la batalla por la sucesión presidencial en las redes sociales, pero ante el triste panorama de precandidatos acartonados, los partidos opositores no encontraban un abanderado que pudiera hacer frente a las corcholatas de Morena, que desde 2021 habían sido destapadas por López Obrador.
Aunque siguen los acarreos y las concentraciones multitudinarias, así como los debates en radio y televisión, las verdaderas campañas políticas, con sus mensajes buenos y malos, democráticos y de odio, están en las redes sociales.
Allí no hay cabida para la razón. La Web se ha convertido en un ring de lucha libre donde casi todo se vale. Se está a favor de Claudia o de Xóchitl; no hay medias tintas, menos intentar dialogar con el adversario.
Xochilovers contra Amlovers enfrentados en una despiadada guerra de información donde las armas son los memes: dibujos cómicos, montajes fotográficos o videos cortos con un eslogan breve y provocador que se difunden en las redes sociales y se hacen virales. Y además, se suele tener la impresión de que lo que allí circula es verdad, una verdad revelada.
No sorprende que, en un video compartido en su propio canal de WhatsApp, Claudia Sheinbaum haya celebrado que llegó a los 100 mil seguidores, en tanto que la revista Merca2.0 asegura que es la candidata con mayor número de followers, con más de 2.7 millones, en Twitter.
Con 807 mil 947 seguidores en Twitter, Xóchitl Gálvez mantiene una presencia activa y dinámica; en tanto que la precampaña de Jorge Álvarez, candidato de Movimiento Ciudadano, sólo duró una semana, tras su registro el 10 de enero, pero con 74 mil 965 seguidores en Twitter publicó 373 tweets.
Los seguidores y opositores de estos políticos, a su vez, tienen sus propias cuentas de Twitter, donde memes y tuits se propagan y proliferan a velocidad viral, sin importar que el tsunami de la información también desate fuerzas destructivas.
La democracia está degenerando en infocracia, advierte el filósofo Byung – Chul Han (2022). Se trata de una comunicación afectiva, donde no son los mejores argumentos los que prevalecen, sino la información con mayor potencial de excitación. Así, las fake news concitan más atención que los hechos. Un solo tuit con una noticia falsa o un fragmento de información descontextualizado puede ser más efectivo que un argumento bien fundado.
Nadie está a salvo de las fakes news. Ante ellas, el INE no tiene capacidad para reaccionar, admitió Lorenzo Córdova en 2018, y su sucesora, Guadalupe Taddei Zavala, incluso fue víctima, el año pasado, de la creación de dos cuentas falsas a su nombre. Se han realizado dos reuniones sobre el tema, donde lo único que se logró fue que los partidos políticos firmaran un pacto ético de civilidad, a fin de combatir las noticias falsas y la desinformación. RDM