Es probable que su candidata triunfe, pero en los últimos meses se ha presentado un deterioro de su imagen.
Al Presidente se le está complicando el final del sexenio en lo personal. Es probable que su candidata triunfe, pero en los últimos meses se ha presentado un deterioro de su imagen que va más allá de sus altos niveles de popularidad.
López Obrador ha colocado al periodismo como su adversario, término que utiliza para evitar la palabra enemigo. En los últimos meses ha ubicado a las y los periodistas bajo una mayor confrontación que la que eventualmente pudiera tener con los partidos de oposición. Es evidente también que la crítica hacia el Presidente se ha intensificado como en pocas ocasiones.
A la oposición no la voltea a ver de no ser que aparezca Xóchitl Gálvez. Habla de ella sin hablar, porque si lo hace viola la ley electoral, lo cual hace a menudo.
En las últimas semanas no solamente ha cargado contra los periodistas. Cada vez presenta mayores síntomas de intransigencia, cuando las preguntas no le gustan interrumpe a su interlocutor sin dejarlo terminar de cuestionarlo.
En las últimas semanas se ha dado a conocer la molestia de periodistas por los discrecionales criterios con los cuales se les permite entrar o no a la mañanera. Algo está pasando que se están manejando criterios de selección diferentes, quizá debido a la forma en que se está dando el fin del sexenio y a la gran cantidad de asuntos que se están saliendo del control presidencial.
La intransigencia es cada vez más notoria. No sólo tiene que ver con los periodistas también pasa por informaciones del extranjero o señalamientos por su preferencia por televisoras extranjeras y por gobiernos ante los cuales no se permite la más mínima crítica.
Es una dualidad riesgosa. Por un lado, si simpatiza con ciertos gobiernos se abre de capa y los defiende, pero si no, los critica. Nadie se debe de meter con México, pero él es el primero que hace críticas severas a quien no le simpatizan, Argentina es un buen ejemplo independientemente de lo impresentable que sea Javier Milei.
López Obrador ha dejado de darse tiempo para mirar las cosas y ha empezado a caer en todo aquello que aseguró una y otra vez que no haría. No se trata sólo de la abrumadora presencia militar con todo lo que esto conlleva, se trata de su maltrecha relación con el Poder Judicial, al cual aseguró de manera vehemente que respetaría. Los ataques a la Corte en la mayoría de los casos pasan por alto el marco legal, por el cual deciden las y los ministros.
Ha insistido en que no se permitió la discusión sobre el Plan B siendo que había un conjunto de irregularidades que hacían imposible debatirlo, la exministra y senadora Olga Sánchez Cordero lo hizo ver en varias ocasiones.
El Presidente se coloca como una “autoridad moral” ciertamente legítima, pero no puede estar más allá de las leyes. Si éstas no nos están funcionando hay que cambiarlas, pero no violarlas porque al hacerlo rompemos el orden constituido y la convivencia si alguien tiene que cumplirlo de manera cabal es el Ejecutivo. Nadie puede estar por encima de la ley, por más que se insista en que “no me vengan con que la ley es la ley”.
El momento es particularmente delicado porque el Presidente al asumirse como “autoridad moral” puede ser capaz de llevar a cabo cualquier acción sobre el marco legal constituido. Es riesgoso, porque al estar en medio de un proceso electoral pudiera utilizar lo que llama “autoridad moral” para determinar escenarios que por ahora están por definirse, por más que pareciera que se van estableciendo.
Va quedando la impresión de que en las últimas semanas el Presidente está respondiendo con el enojo y con dosis de autoritarismo. Es un gran riesgo en el final del sexenio, en medio de elecciones y con un Presidente con altos niveles de popularidad.