Lo que podría haber sido un diálogo histórico entre dos mujeres (sin duda inteligentísimas) luchando por la Presidencia de la República desde las propuestas.
✍?Yuriria Sierra
Las voces de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez han resonado con una intensidad que refleja más que un mero debate electoral. Las voces, pero, sobre todo, las palabras. En lugar de las notas esperanzadoras de un discurso centrado en el futuro del país, sus palabras han vibrado con el tono amargo de la confrontación, cargadas de acusaciones y señalamientos personales. Lo que podría haber sido un diálogo histórico entre dos mujeres (sin duda inteligentísimas) luchando por la Presidencia de la República desde las propuestas. Pero parece haberse transformado en una contienda que, en última instancia, no va más allá de la defensa de sus respectivos heteropatriarcados.
La atmósfera tensa de los debates, en la que los intercambios afilados son moneda corriente, no es en sí misma nueva. En cualquier escenario político, los expertos en estrategias de debates anticipan la necesidad de defensas vehementes y ataques contundentes. Sin embargo, el trasfondo de esta contienda es diferente y el nivel de aspereza en las palabras ha desviado la atención de un momento crucial en la historia de México: la seguridad de que el país elegirá a su primera presidenta.
Sheinbaum, de la coalición Sigamos Haciendo Historia, y Gálvez, de Fuerza y Corazón por México, representan más que sus partidos. Sus candidaturas simbolizan la equidad de género que por fin se cristaliza, así como la diversidad de opciones políticas disponibles en la democracia mexicana. Sin embargo, aunque las dos presentaron propuestas (Claudia lleva preparándolas con expertos desde que ganó la candidatura y Xóchitl presentando las suyas a lo largo de sus eventos), los ataques personales han eclipsado en gran medida la visión de un México próspero e incluyente. Lo que podría haber sido un diálogo significativo sobre las diferencias ideológicas y políticas, ha sido reemplazado por una guerra de palabras que, en lugar de servir a la ciudadanía, parece sólo reafirmar la lealtad a sus respectivas facciones.
Es profundamente triste ver cómo las dos principales contendientes en la elección más importante de México en décadas han caído en la trampa de defender no tanto sus propias posturas, sino los sistemas patriarcales que sustentan a sus partidos. Sheinbaum, en su defensa del legado de López Obrador y, Gálvez, en su reiteración de la retórica de partidos tan cuestionados como el PRI y el PAN, han desviado la atención de sus propios méritos y propuestas, dejando a la ciudadanía mexicana con la impresión de que el debate no es entre ellas, sino entre los sistemas de poder tradicionales que representan.
Esta dinámica no sólo es un golpe para el electorado que esperaba un debate productivo, sino también para la lucha por la igualdad de género en México. En lugar de una competencia que refleje el avance de las mujeres en la política, la contienda entre Sheinbaum y Gálvez se redujo, anteayer, a una reafirmación de estructuras patriarcales que, a pesar de estar representadas por mujeres, continúan respondiendo a las expectativas de la “mesa de señoros” que parece buscar sólo reafirmar su poder e imponer límites a la auténtica igualdad y progreso.
En este contexto, la esperanza radica en que el electorado mexicano sea capaz de ver más allá del ruido y la confrontación, y reconocer el potencial de esta elección histórica. México necesita una visión de futuro que trascienda la política partidista (y la mezquindad que la define) y ofrezca soluciones reales a los problemas que enfrenta el país. Sólo así la contienda entre Sheinbaum y Gálvez puede ser recordada no por sus ataques y defensas, sino por su contribución a un México más justo e inclusivo, en el que la elección de una mujer como líder nacional represente no sólo un hito simbólico, sino también un avance tangible para la igualdad de género y la democracia.
Claudia y Xóchitl se conocen desde hace mucho tiempo. Se respetan y probablemente hasta han sentido aprecio mutuo. Los aplausos de López Obrador, de Alito, de Castañeda y de Marko Cortés para nada valen la desgarradora incomodidad de llamarse mutuamente “mentirosa”, “corrupta” y “narcocandidata”. Ustedes son mucho más grandes que esa estratagema del fango (que ni suyo es).