Futuro sin polarización ni resentimientos
Hace ya más de dos semanas que vivimos la jornada más grande de nuestra historia electoral, no sólo porque convocó a casi 100 millones de votantes, sino porque estuvieron en juego más de 20 mil cargos de elección popular. A pesar de los barruntos de violencia en ciertas regiones del país, consumados en las menos, los comicios se efectuaron mayoritariamente en un clima de paz y libertad.
El proceso del 2 de junio dio un contundente triunfo a Claudia Sheinbaum, ya que logró la más grande afluencia de votos a su favor en la historia del país, así como el margen más amplio. También, cientos de candidatos de Morena y sus aliados, el PVEM y el PT, ganaron mayoría calificada en la Cámara de Diputados, mayoría simple en la de Senadores, así como el dominio de 27 de los 32 congresos locales. Igualmente, alcanzaron la victoria en siete de las nueve gubernaturas en disputa y en numerosos municipios de todo el país.
Es tiempo del reparto de culpas y defecciones en los partidos derrotados, que aprovechan la coyuntura para hacer purgas, algunos de ellos tras perder su registro, lo que propiciará nuevos equilibrios.
Llegó la hora de levantar la vista y remangarse la camisa para trabajar por el futuro. Dejemos que los tribunales hagan su trabajo y resuelvan dudas e impugnaciones partidarias y de candidatos inconformes.
La buena noticia para la democracia mexicana es que los ciudadanos fueron los protagonistas. Aunque a muchas personas aún les invade un sentimiento de frustración y desánimo porque sus candidatos no fueron favorecidos en las urnas, en México hay lugar para todos y el país está más vivo y vibrante que nunca por sus perspectivas sociales y económicas, que pueden traer prosperidad compartida si se mantiene la esperanza y la unidad nacional.
La agenda para las nuevas autoridades es desafiante y la sociedad está impaciente por tener resultados positivos y prontos. Los gobernadores recién electos, así como la multitud de legisladores y autoridades municipales, tendrán que concentrarse en armonizar sus planes de trabajo con la voz de la sociedad propositiva que se expresó en el periodo de campaña y ponerlos en sintonía con las instancias de gobierno para que todos los esfuerzos se dirijan en la misma dirección. Los recursos son pocos y las demandas, enormes.
A la par de la nueva reconfiguración política y administrativa que viene con el claro predominio de una coalición, es de reconocer el esfuerzo de los actores políticos emergentes de promover un discurso de inclusión, moderación y prudencia, cuando legítimamente consiguieron mayorías legislativas que podrían hacer valer sin mayor preámbulo. Responsabilidad es el sello esperado.
Destaca el caso del gobernador electo de Chiapas, Eduardo Ramírez, quien, obteniendo 8 de cada 10 sufragios depositados en las urnas —más de un millón ochocientos mil votos—, ha llamado a la unidad, dejando atrás el periodo de competencia electoral y evitando triunfalismo en la victoria.
Apenas ganada —por nocaut— la elección, el chiapaneco convocó a las candidatas a la gubernatura y a dirigentes de partidos opositores a pensar juntos el futuro y a construir puentes de colaboración y trabajo conjunto porque la tarea que viene es retadora y tendrá que ser de gran calado, particularmente para restablecer la seguridad pública, elevar el bienestar social, propiciar el desarrollo económico, la sustentabilidad ambiental y hacer de la educación el mejor espacio para igualar las oportunidades para los niños y jóvenes.
Chiapas no espera y tiene grandes esperanzas en Eduardo Ramírez porque habla su misma lengua, le duelen las mismas carencias y tiene idénticos sueños de prosperidad común.
El futuro gobernante chiapaneco ha llamado a construir una Nueva ERA que se basa en el resurgimiento de la añeja identidad histórica que renacerá con el humanismo que transforma, enfocado en la edificación de un capítulo de paz y bienestar para los chiapanecos. La época renovada a la que alude Eduardo Ramírez se refiere al encausamiento y aliento del espíritu de apertura de consciencias encarnado en Jam ach’ulel, palabras zoque y maya que significan abrir el alma o abrir el corazón, que viene desde nuestras raíces originarias.
Esa Nueva ERA se funda en propuestas como la descolonización del pensamiento, como una forma de reconocer y afirmar los valores que forman la chiapanequidad; es decir, la suma de elementos identitarios que se expresan en las 13 lenguas originarias, así como en los elementos propios de la población afrodescendiente, de los emigrantes chinos, japoneses, norteamericanos, alemanes y de otras latitudes que forman el crisol de nuestra diversidad.
Las elecciones son sólo episodios de nuestra historia, el futuro está por escribirse y debe ocurrir en la plena vigencia de un acuerdo de fraternidad, sin polarización ni resentimientos. Es el momento de actuar con sentido de inclusión y apremio porque son más las coincidencias que las diferencias entre los mexicanos; de alcanzar juntos el anhelado Estado de bienestar, dejando atrás el archipiélago de desigualdades que sigue siendo México.
* Coordinador de los Diálogos por la Transformación de Chiapas.