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Chiapas: El abrazo de AMLO que nadie quiere

3 de agosto de 2024
en Opiniones
La masacre en La Concordia, donde veinte cuerpos fueron encontrados en un camión de volteo, es un recordatorio tenebroso de que las buenas intenciones no detienen balas. 

La masacre en La Concordia, donde veinte cuerpos fueron encontrados en un camión de volteo, es un recordatorio tenebroso de que las buenas intenciones no detienen balas. 

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La masacre en La Concordia, donde veinte cuerpos fueron encontrados en un camión de volteo, es un recordatorio tenebroso de que las buenas intenciones no detienen balas. 

✍?REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez

“Ahí está el detalle: que no es ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario.”  Cantinflas 

Desperté de un sueño tan surrealista como una entrevista a Salvador Dalí. En él, los chiapanecos huían despavoridos de los abrazos de Andrés Manuel López Obrador, cruzando la frontera hacia Guatemala como si las caricias presidenciales fueran más temibles que la misma violencia que asola nuestro estado. Era una escena digna de una película de Quentin Tarantino, una especie de abrazo del oso que, en lugar de consuelo, sembraba terror. 

En ese sueño, yo era un adolescente, caminando por mi natal Tonalá a cualquier hora del día o de la noche, algo que solíamos hacer mis amigos y yo con la misma preocupación de siempre: ¿Cuándo volveríamos a vernos?. Las calles eran nuestros patios de recreo, un lugar donde el miedo no tenía cabida y la libertad era nuestra única compañera. 

A propósito, recuerdo con nostalgia aquellas tardes de verano, cuando me sentaba con mis abuelos en la banqueta de su casa. Las horas andaban sin prisa, y la única preocupación era que el día terminara demasiado pronto, pero no por miedo, sino porque el tiempo en familia siempre sabe a poco. 

LA REALIDAD 

Hoy, en cambio, la noche trae consigo el miedo como el de un aguacero en Tuxtla, y las calles que solían ser testigos de nuestras risas ahora se han convertido en testigos mudos de la violencia. El eco de las aventuras infantiles de mi generación ha sido sustituido por el estruendo de la inseguridad, una realidad que se nos impone con la misma indiferencia que un comercial de madrugada. 

La seguridad, esa compañera fiel de antaño, se ha convertido en un lujo tan escaso como una coca en el desierto. La política de “abrazos, no balazos”, que en teoría parecía una receta de paz, en la práctica nos ha dejado desarmados frente a un monstruo que no entiende de caricias. La masacre en La Concordia, donde veinte cuerpos fueron encontrados en un camión de volteo, es un recordatorio tenebroso de que las buenas intenciones no detienen balas. 

El presidente, en su reciente visita a Chiapas, intentó transmitir un mensaje de calma. Pero, como bien sabemos los chiapanecos, las palabras no alcanzan para apagar el incendio de la inseguridad. Los desplazados que cruzan la frontera hacia Guatemala son un testimonio viviente de que la realidad supera cualquier discurso optimista. La situación es tan crítica que muchos prefieren arriesgarse en un país extranjero que seguir enfrentando el horror en su propia tierra. 

En los últimos días de julio, Huehuetenango, Guatemala, se convirtió en el inesperado refugio de una caravana de chiapanecos desesperados, huyendo a pie de los cálidos abrazos presidenciales que ahora parecen ser más temidos que los mismos peligros que dejaron atrás. 

Desde Frontera Comalapa hasta Bejucal de Ocampo, pasando por Amatenango de la Frontera y Motozintla, hasta 300 personas decidieron que cualquier destino era preferible a quedarse bajo el manto del afecto oficial. Esta nueva migración de los valientes se asemeja más a una travesía épica que a una simple búsqueda de seguridad, como si escapar del cariño presidencial fuera un deporte extremo digno de admiración. 

LA REFLEXIÓN 

La paradoja es evidente: mientras el gobierno insiste en los abrazos, el crimen organizado sigue ampliando sus dominios. Las parroquias de Santa Catarina y San Pedro Apóstol se preguntan quién lleva realmente las riendas en esta guerra silenciosa, mientras nosotros, los ciudadanos, vivimos en un estado de incertidumbre que parece no tener fin. 

Quizá ya es momento de poner en tela de juicio esta estrategia que parece más una obra de teatro del absurdo que una política de seguridad efectiva. ¿Estamos dispuestos a seguir mirando hacia otro lado, confiando en que un abrazo bien intencionado será suficiente para calmar a un monstruo que se alimenta de indiferencia?. 

La violencia en Chiapas no se va a amedrentar con palabras bonitas y promesas vacías. Necesitamos acciones tan contundentes como un buen cocido de res, sustancioso y lleno de sabor, y tan refrescantes como un pozol bien frío que nos revitalice. No podemos seguir sirviendo discursos tan insípidos como un caldo sin carne y tan tibios como un pozol sin hielo. 

Como chiapanecos, debemos despertar de esta pesadilla y exigir más que palabras al viento. Necesitamos un cambio real, una estrategia que devuelva la paz a nuestras calles y permita que las generaciones futuras disfruten de un estado donde caminar libremente por no sea un sueño, sino una realidad palpable. 

Tal vez ha llegado la hora de dejar de soñar con un Chiapas seguro y empezar a construirlo. Pero para ello, necesitamos más que abrazos; necesitamos un plan que trascienda la retórica y que restituya la tranquilidad en nuestro querido estado. 

La masacre en La Concordia, donde veinte cuerpos fueron encontrados en un camión de volteo, es un recordatorio tenebroso de que las buenas intenciones no detienen balas. 
La masacre en La Concordia, donde veinte cuerpos fueron encontrados en un camión de volteo, es un recordatorio tenebroso de que las buenas intenciones no detienen balas. 

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