Chiapas no puede seguir siendo un capítulo más de una serie de tragedias interminables.
✍🏽REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
Hace unos días, transitando por el icónico bulevar Belisario Domínguez de Tuxtla Gutiérrez, vi colgada la angustia. El puente de colores, que sustituyó a la exfuente Mactumatzá, se ha transformado en un monumento al sufrimiento, con lonas pendiendo de sus barandales que reflejan el dolor de las familias chiapanecas. No son simples anuncios; son gritos desesperados en busca de los desaparecidos, rostros que nos observan y nos recuerdan la profunda herida que atraviesa Chiapas.
Una realidad que supera a la ficción
La situación actual en el estado me recuerda aquellos capítulos agobiantes de “Mujer, Casos de la Vida Real”, ¡vaya tristeza que me hacían sentir! Sin embargo, mientras que esos episodios dramatizaban el dolor humano, lo que vivimos en nuestro estado es una tragedia muy real. En los primeros seis meses de 2024, 234 niñas, niños y adolescentes han desaparecido en Chiapas, y 59 de ellos aún no han sido encontrados. Estas cifras reflejan una crisis de desapariciones que nos golpea a todos y nos confronta con la dolorosa realidad de que cualquier familia puede verse afectada.
La desaparición de personas en México no es un fenómeno aislado; es un problema generalizado y sistemático que afecta a múltiples regiones, incluyendo Chiapas. Según el Informe Nacional 2024 de la Red por los Derechos de la Infancia en México, el número de personas desaparecidas sigue en aumento, y el 70% de las víctimas son mujeres jóvenes. Este informe resalta que la mayoría de las desapariciones ocurren en contextos de alta violencia e impunidad, lo cual agrava aún más la crisis en estados como el nuestro.
Las desapariciones no solo ocurren en las principales ciudades como Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, Comitán y San Cristóbal de las Casas, sino que también se extienden a comunidades rurales e indígenas, donde la vulnerabilidad es aún mayor. La mayoría de las víctimas son niñas y adolescentes mujeres, quienes representan el 70% de los casos. Este dato no solo es alarmante, sino que señala una falta de protección hacia nuestras infancias más vulnerables.
Historias de dolor y resistencia
Las familias de los desaparecidos no han tenido más remedio que tomar el asunto en sus manos ante la falta de respuestas. Han formado comisiones de búsqueda ciudadanas y recurrido a herramientas tecnológicas avanzadas, como las redes sociales e inteligencia artificial, en un esfuerzo por localizar a sus seres queridos. Sin embargo, estos esfuerzos parecen chocar constantemente contra una burocracia que, lejos de facilitar el proceso, lo obstaculiza con su ineficacia y falta de sensibilidad.
La historia de Jesús Vázquez es un ejemplo del profundo dolor que embarga a las familias chiapanecas. Sus padres, Ana Lilia Samayoa Calderón y José Manuel Vázquez Moreno, desaparecieron mientras viajaban de Comitán a Frontera Comalapa. Desde entonces, Jesús y sus hermanos han vivido los días “más horribles de sus vidas”, marcados por la angustia y la incertidumbre. En una emotiva carta, Jesús expresa el amor y la desesperación que sienten, rogando por el regreso de sus padres y pidiendo a quienes los tienen que los liberen.
La urgencia de una respuesta
Cada lona en el puente no solo representa un rostro perdido, sino una denuncia de la falta de acción y de respuestas por parte de las autoridades. Las familias no pueden seguir enfrentando solas esta batalla. Chiapas no necesita más discursos que desvíen la atención del verdadero problema; necesitamos soluciones reales y urgentes.
El dolor de las familias chiapanecas no debe ser solo un tema más en la agenda política, sino una llamada urgente a la acción. ¿Cuántos más deben desaparecer antes de que se tomen acciones serias? ¿Cuántas más familias deben vivir en la incertidumbre antes de que veamos un cambio real?
La inacción y la búsqueda de justicia
Las historias de dolor en Chiapas, como la de Jesús Vázquez, nos recuerdan la importancia de mantenernos unidos y no permitir que el miedo o la indiferencia nos paralicen. Chiapas no puede seguir siendo un capítulo más de una serie de tragedias interminables. Se debe luchar por un futuro en el que las historias de desapariciones no sean la norma, sino la excepción, y donde cada niño y adolescente pueda vivir y crecer en paz y seguridad.