“No debe andar por el mundo el amor descalzo (…) No debe andar la vida recién nacida a precio”.
✍?REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
Es difícil imaginar el dolor que Liliana Guadalupe Marroquín Marroquín ‘Lupita’, una niña de apenas 12 años, debió sentir cuando su vida fue arrebatada en las calles de Chiapas. Su historia golpea porque refleja el abandono y la indiferencia de una sociedad que ha dejado de proteger a sus niños. Lupita debió crecer en un entorno seguro, sin miedo, sin violencia, pero le fallamos todos. Su muerte nos recuerda la letra de Mercedes Sosa: “No debe andar por el mundo el amor descalzo”. Sin embargo, en nuestra tierra, el amor sigue desprotegido, caminando descalzo y sin destino.
ES HONRA DE LOS HOMBRES PROTEGER LO QUE CRECE
‘Lupita’ vendía dulces en las calles de Tuxtla Gutiérrez para apoyar a su familia, una “tradición” que la conectaba con sus raíces. Salió de su casa en Berriozábal el 19 de octubre y jamás regresó. Días después, su cuerpo fue hallado en condiciones que ninguna familia debería enfrentar. Este caso representa un vacío que ni las instituciones ni la sociedad han podido llenar.
“Es honor de los hombres proteger lo que crece, cuidar que no haya infancia dispersa por las calles”, canta Sosa. ‘Lupita’ simboliza la infancia olvidada por nuestra sociedad, la que camina sin protección, con el corazón vulnerable. Cada en la calle es un reflejo de nuestra hipocresía, de nuestras promesas vacías y de nuestra incapacidad para proteger lo más sagrado. ¿De qué sirven nuestras leyes y discursos si no son capaces de proteger a un niño?
NO DEBES ANDAR EL AMOR DESCALZO
“No debe andar el amor descalzo, enarbolando un diario como un ala en la mano”. La imagen es poderosa: un menor con el amor descalzo, caminando sin el cobijo de una sociedad que lo proteja. En Chiapas, como en tantas partes, la infancia se ha vuelto invisible, relegada al abandono y al peligro. ‘Lupita’ era una niña que debía tener sueños, jugar sin miedo, sentir el resguardo de una comunidad comprometida. En cambio, enfrentó el destino de quienes caminan sin protección, con la vida desamparada.
En su feminicidio, la autoridad mostró una cara que conocemos bien: la indiferencia. Su familia tuvo que emprender la búsqueda inicial sin el apoyo de protocolos urgentes. Al final, el amor de ‘Lupita’ y su derecho a vivir caminaron descalzos, y nosotros nos convertimos en cómplices al no alzar la voz a tiempo.
POBRE DEL QUE HA OLVIDADO QUE HAY UN NIÑO EN LA CALLE
Mercedes Sosa lanza una advertencia: “Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle, que hay millones de niños que viven en la calle”. Cada vez que nos indignamos por una tragedia como la de ‘Lupita’ y luego seguimos con nuestras vidas, estamos olvidando a esos niños, a esos millones que no tienen hogar, que enfrentan la violencia y el hambre.
La indiferencia hacia la niñez vulnerable es un reflejo de nuestra sociedad. Nos duele la muerte de ‘Lupita’, pero al día siguiente ignoramos al niño que nos pide una moneda, que nos mira con ojos de esperanza. Esa es nuestra gran hipocresía: queremos justicia para Lupita, pero no cambiamos las condiciones que condenan a otros niños al desamparo.
UN ALA CANSADA Y UN AMOR PERDIDO
La canción de Sosa describe una humanidad que intenta sostenerse en “un ala cansada”, golpeándonos el pecho con esa esperanza rota que parece insuficiente. En Chiapas, la justicia para ‘Lupita’ se ha vuelto un ala cansada, una lucha que debería ser incondicional pero que se pierde entre trámites y palabras vacías. Nuestra sociedad necesita más que palabras; necesita acciones concretas, necesita que la justicia deje de ser un ala cansada y se convierta en una fuerza real para proteger a cada niño.
NO MÁS PROMESAS HUECAS, NO MÁS AMOR DESCALZO
La historia de Lupita nos golpea porque sabemos que hay muchos otros como ella, niños en las esquinas, en las calles, en la pobreza, que luchan cada día sin protección. “No debe andar la vida recién nacida a precio”, dice Sosa, y, sin embargo, en México la infancia sigue expuesta a la violencia, a la pobreza y al olvido. Su historia nos obliga a cuestionarnos ya exigir que la justicia sea una realidad, no solo una palabra.
Lupita merece algo más que nuestras lágrimas; merece acciones que protejan a cada niño en las calles de Chiapas y en todo México. Nos toca a todos, como sociedad, construir un país donde el amor y la infancia no caminen descalzos, donde el amor no sea solo una palabra vacía, sino un derecho garantizado. Porque, si seguimos permitiendo que el amor y la inocencia sean solo promesas descalzas, le estaremos fallando a Lupita ya todos los niños que esperan un abrazo que les garantice una vida digna.
En memoria de Liliana Guadalupe Marroquín Marroquín.
Cordial saludo.
