Jaime Sabines describió esta “fea costumbre” como una traición final hacia quienes ya no pueden defenderse. Hoy, esos versos resuenan en una tierra que ha enterrado demasiadas vidas sin respuesta.
✍?REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
En Chiapas, la violencia deja un rastro de muerte que no cesa. La costumbre de “enterrar” sin justicia no es solo un acto físico; es una condena que se extiende a la memoria y la dignidad de las víctimas. Jaime Sabines describió esta “fea costumbre” como una traición final hacia quienes ya no pueden defenderse. Hoy, esos versos resuenan en una tierra que ha enterrado demasiadas vidas sin respuesta, sin verdad y sin paz para las familias.
NIÑOS VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA
Chiapas ha sido testigo de episodios de violencia desgarradora, y los niños son de los más vulnerables en esta cadena de impunidad. Casos como el de Ulises, de tan solo cinco años, estremecieron a la sociedad. Asesinado en su hogar, sus propios familiares fueron acusados de este acto atroz. La justicia debería ser inquebrantable ante semejante tragedia, pero las investigaciones avanzan lentamente, mientras las heridas familiares permanecen abiertas y el recuerdo de Ulises se desdibuja en el tiempo.
Recientemente, un niño fue baleado junto a su padre en Tuxtla Gutiérrez, otro ejemplo de la cruda realidad en la que viven las familias de Chiapas. El niño falleció días después del ataque, y aunque las investigaciones han comenzado, no hay garantía de que se haga justicia. Estas historias representan algo más profundo: una sociedad que está obligada a enterrar no solo a sus seres queridos, sino también la esperanza de que algún día los responsables paguen por sus actos.
FEMINICIDIOS EN CHIAPAS
El feminicidio de Liliana Guadalupe es uno de tantos que quedan en el olvido de las autoridades. Asesinada brutalmente, su caso desencadenó marchas y exigencias de justicia, pero hasta ahora, no ha habido respuesta que calme el dolor de su familia. La lucha de quienes quedan vivos se vuelve una guerra diaria contra un sistema que parece ignorarlos, una especie de condena a vivir en un duelo interminable. La impunidad en estos casos es como una lápida más, una piedra de olvido que la justicia coloca sobre las víctimas.
Las mujeres en Chiapas enfrentan un entorno donde el machismo y la violencia de género se sienten como una sombra constante. Los feminicidios, lejos de disminuir, parecen aumentar, y con ellos, la cantidad de familias que buscan desesperadamente una respuesta. Las autoridades, muchas veces, ofrecen promesas vacías, y los casos que llegan a juicio se diluyen en procedimientos largos y confusos. En Chiapas, el feminicidio no solo destruye vidas, también rompe la confianza en un sistema que debería proteger a las mujeres, pero que en cambio las deja a la deriva.
DESIGUALDAD Y OLVIDO
La historia del niño de dos años asesinado en Comitán es otro reflejo de la indiferencia ante la violencia que afecta a los sectores más indefensos de la sociedad. En este caso, el padrastro fue acusado, pero las circunstancias alrededor del asesinato siguen sin esclarecerse por completo. Los niños en Chiapas están expuestos a un entorno de vulnerabilidad que debería alarmar a todos, pero que rara vez mueve a las autoridades a actuar de manera decidida.
Cuando la sociedad acepta estas muertes como parte de una triste normalidad, perdemos como humanidad. Cada niño asesinado, cada mujer desaparecida, es una grieta en nuestra ética colectiva. El dolor de las familias se suma a la carga de saber que el sistema los ha abandonado, que las vidas de sus hijos, hermanas o madres fueron tratadas como estadísticas más en un archivo olvidado.
LA IMPUNIDAD COMO SELLO DE LA VIOLENCIA
Casos como estos revelan una verdad incómoda: la impunidad es una sombra que persigue a la justicia en Chiapas. El problema no es solo la violencia en sí, sino la falta de consecuencias para quienes la ejercen. A nivel estatal, la justicia ha quedado atrapada en la burocracia, y las promesas de las autoridades rara vez se materializan. Las familias de las víctimas son las que llevan el peso de la impunidad, enfrentándose a un sistema que parece diseñado para ocultar la verdad en lugar de revelarla.
En una sociedad donde la justicia es el primer derecho que debe defenderse, en Chiapas ese derecho parece enterrarse junto con las víctimas. La indiferencia y el abandono institucional actúan como un segundo entierro para cada persona que ha sido víctima de la violencia. Y en este abandono, la sociedad parece haber encontrado una forma de acostumbrarse, de normalizar el horror y seguir adelante, como si los muertos no fueran nuestros muertos.
RESISTENCIA Y MEMORIA: EL DEBER DE RECORDAR
No podemos dejar que esta costumbre de enterrar sin justicia se convierta en un hábito aceptable. La memoria de las víctimas debe ser un acto de resistencia. Las familias de Ulises, del niño baleado en Tuxtla, de Liliana y de tantos otros casos no resueltos en Chiapas merecen algo más que el olvido. Es nuestra responsabilidad como sociedad no acostumbrarnos a la violencia, sino exigir justicia, verdad y dignidad para quienes han sido silenciados.
Sabines nos recuerda que enterrar es un acto salvaje, pero aún más salvaje es abandonar a los muertos en el olvido y negarles la justicia que merecen. En Chiapas, es necesario romper con esta tradición de olvido y de impunidad. Necesitamos construir una sociedad que valore la vida y la dignidad por encima de todo, y que el “entierro” no sea sinónimo de injusticia, sino de respeto y memoria.
En memoria de la paz y la justicia que han muerto en Chiapas.
Cordial saludo.
