Hace años que los estudiantes de diferentes escuelas -especialmente privadas- se manifiestan contra una Secretaría de Educación que simplemente no expide títulos.
✍?REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
Con mucho esfuerzo, y convencido de que el camino hacia un futuro mejor está en la educación, decidió estudiar un posgrado. Creo que la superación personal y profesional viene de la mano de los estudios, cada sacrificio vale la pena si nos permite ampliar nuestros horizontes. A lo largo de los años, descubrí que el estudio no solo era un requisito para crecer, sino una pasión. Me llena de entusiasmo pensar que el conocimiento es una herramienta de transformación.
El posgrado que estudié fue una puerta hacia un nuevo mundo. Me permitió ver la vida profesional de otro modo, comprender conceptos y estrategias que antes no dominaba. Fue una experiencia que me brindó no solo conocimientos, sino también la confianza para enfrentar retos mayores. En mi caso, resultó de suma utilidad cuando desempeñé un encargo público. Me ayudó a tomar decisiones informadas, a liderar con perspectiva ya entender la administración desde un enfoque técnico y especializado. Mis maestros, muchas de ellas figuras destacadas, dejaron una huella imborrable en mi formación. Algunos ya no están entre nosotros, y les debo una profunda gratitud por lo que me enseñaron y por haber creído en mí.
Sin embargo, tras haber terminado mi formación, el tiempo y las circunstancias no jugaron a mi favor. Por razones laborales y económicas, no pude titularme en cuanto terminé el posgrado. Como muchos otros, pensé que sería algo temporal, que solo tenía que esperar el momento adecuado para retomar el trámite y obtener mi título. Pero la realidad fue otra. Tiempo después, cuando finalmente tuve la oportunidad de regresar a este proceso, el panorama se convirtió en una auténtica pesadilla. Llevo más de un año intentando obtener mi certificado de maestría, y lo único que he recibido es indiferencia y promesas vacías.
Golpeó la puerta de la institución en la que estudiaba, y cada vez recibió la misma respuesta: “La culpa es de la Secretaría de Educación”. Me dicen que han hecho todo lo posible, que el trámite está en manos de otros, y que mi única opción es esperar. Pero cuando intento respuestas en la Secretaría de Educación, ellos simplemente se deslindan de buscar cualquier responsabilidad.
Según ellos, el problema es de la escuela, que no cumplió con ciertos requisitos, que los documentos no estaban completos o que hay algún error burocrático que se está “revisando”. Entonces, ¿quién nos responde? ¿Quién nos respalda? En el medio de este juego de culpas, quedamos los estudiantes, a quienes se nos exige cada vez más y se nos promete un título que parece cada vez más distante e inalcanzable.
UN FRAUDE DISFRAZADO DE EDUCACIÓN
Es difícil no sentir que ha sido víctima de un fraude. Pagué puntualmente cada colegiatura, hice cada tarea, presenté cada examen, entregué cada proyecto. Cumplí con todo lo que se me pidió y me entregué por completo a mis estudios. Sin embargo, cuando finalmente necesito que la institución cumpla su parte y me entregue el título por el que trabajé tanto, parece que todo se desvanece en excusas y pretextos. Me siento estafado, como muchos otros estudiantes en Chiapas que ven sus esfuerzos hundirse en un mar de burocracia.
En Chiapas, lo que me pasa a mí le sucede a muchos. No soy el primero ni será el último en enfrentar esta barrera, en sentir esta frustración y esta impotencia. Hace años que los estudiantes de diferentes escuelas, especialmente de instituciones privadas, se manifiestan contra una Secretaría de Educación que simplemente no expande títulos. Miles de estudiantes que, al igual que yo, han puesto su confianza y su dinero en instituciones que prometen formación de calidad y un respaldo para el futuro. Pero al final, parece que solo hemos tirado nuestro dinero en un saco roto.
Estudio ahora un doctorado en otra institución. Con esfuerzo, superó las dificultades para seguir adelante. En pocos meses, estaré terminando mi formación doctoral. Pero en lugar de sentirme optimista y confiado en mi futuro académico, la incertidumbre vuelve a rondar. Si no pudo obtener siquiera el título de mi maestría, ¿qué garantía tengo de que el doctorado será diferente? La pregunta que me persigue todos los días es: ¿de qué sirve mi esfuerzo si la burocracia puede borrarlo con su indiferencia? ¿De qué sirve estudiar y superarse si, al final, ni será maestro ni doctor?
UN SISTEMA QUE TRAICIONA A QUIENES DEBERÍAN SER SU PRIORIDAD
El sistema educativo en Chiapas parece construido no para respaldar a los estudiantes, sino para traicionarlos. En lugar de ser una herramienta para el progreso y la mejora de nuestras vidas, se ha convertido en una trampa, en un pozo del que es difícil escapar. Las instituciones educativas privadas cobran colegiaturas puntuales y prometen una formación de calidad, pero cuando llega el momento de cumplir, de responder a los estudiantes que confiaron en ellas, se lavan las manos y nos dejan solos. La Secretaría de Educación, que debería ser el organismo que defiende a los estudiantes y garantiza el cumplimiento de sus derechos, actúa con una indiferencia preocupante. Cada funcionario, cada ventanilla, cada trámite, es un obstáculo más, un recordatorio de que, para ellos, somos solo un número, un trámite más que pueden archivar y olvidar.
Esta situación no solo afecta a individuos como yo. Afecta a Chiapas en su conjunto, porque cada estudiante que abandona sus estudios, que pierde la fe en el sistema, es una oportunidad desperdiciada para el desarrollo de nuestro estado. Cada título no expedido es una inversión que no se recupera, una esperanza que se pierde y un talento que se queda sin explotar. ¿Cómo pretendemos construir un Chiapas fuerte y próspero si nuestro sistema educativo está diseñado para desilusionar y traicionar a quienes buscan superarse?
¿HASTA CUÁNDO SEGUIREMOS SOPORTANDO?
Es momento de hacer algo. De exigir que el sistema cambie, que la Secretaría de Educación asuma su responsabilidad y que las instituciones educativas privadas cumplan con los compromisos que hacen con sus estudiantes. No es posible que sigamos tolerando un sistema que falla una y otra vez, que promete pero no cumple, que exige pero no responde.
Entonces, ¿para qué estudié? ¿Para qué invertí años de mi vida en formarme, en sacrificarme, en poner todo de mi parte si, al final, la burocracia y la indiferencia pueden arrebatarme el título que me corresponde? ¿Quién responde por mí y por todos los estudiantes que enfrentan la misma situación? ¿Quién nos defiende cuando ni la Secretaría de Educación ni las instituciones educativas cumplen con su parte?
Cordial saludo.
