Ahora que lleguen… que no olviden que los ojos de Chiapas estarán puestos en ellos. Que no olviden que la historia puede ser implacable con quienes fallan. Que no olviden a Brito.
✍🏽REALIDAD A SORBOS | Eric Ordóñez
La política tiene el poder de convertir a sus actores en leyendas o condenarlos al ostracismo. En el andar público, una buena gestión puede asegurar un lugar en la memoria colectiva como constructor de futuro. Sin embargo, basta un error, un escándalo o una sombra de duda para que el juicio social y político sea implacable. Chiapas, con su historia política de grandes líderes y personajes cuestionables, no es ajeno a este fenómeno.
LA POLÍTICA PUEDE GLORIFICARTE O MALDECIRTE
En el caso de Ismael Brito Mazariegos, el peso de los señalamientos ha sido más fuerte que cualquier mérito que pudiera presumir. Su nombre carga con acusaciones que van desde manipulación electoral hasta el despojo de tierras, convirtiéndolo en un símbolo de la otra cara de la política: la que maldice. Ahora, con Eduardo Ramírez a punto de iniciar la denominada “nueva era” para Chiapas, las lecciones de Brito deben ser un recordatorio de cómo no hacer política.
Ismael Brito, secretario general de Gobierno durante una de las etapas más críticas del estado, ejemplifica cómo las acciones en el poder pueden perseguir a un político más allá de su mandato. Los campesinos que perdieron sus tierras en Socoltenango, los acuerdos incumplidos con grupos sociales y las promesas rotas de infraestructura son solo algunas de las cicatrices que dejó su paso por la administración pública.
Su reciente altercado en el Honorable Congreso del Estado con Eduardo Zenteno fue un episodio que dejó en evidencia la tensión acumulada de años de maniobras políticas y rencores no resueltos. No se trató solo de un golpe físico, sino de una representación simbólica de cómo los conflictos políticos pueden escalar hasta lo personal.
Brito personifica la maldición política: aquella que convierte el poder en un arma de doble filo, capaz de abrir puertas y destruir reputaciones con la misma facilidad.
EN UN CHIAPAS DE PARADOJAS
Chiapas es tierra de contrastes. Es el estado donde los paisajes imponentes conviven con las carencias más profundas, y donde las promesas de cambio frecuentemente se diluyen entre intereses personales y mezquindades políticas.
La “nueva era” que encabeza Eduardo Ramírez Aguilar se presenta como una oportunidad de romper con esas paradojas, pero también carga con el peso de las expectativas. Gobernar Chiapas no es solo gestionar recursos y construir infraestructura; es enfrentar un tejido social fragmentado, donde la confianza en las instituciones se ha debilitado por décadas de corrupción e impunidad.
En este contexto, las promesas de desarrollo deben trascender los discursos políticos. No basta con anunciar grandes proyectos o comprometerse con la paz social; se necesita un liderazgo que priorice la dignidad y el bienestar de los chiapanecos.
LA GRANDEZA DEBE MEDIRSE CON EL DESARROLLO HUMANO
El verdadero éxito de un gobierno no se mide en carreteras ni en edificios, sino en la capacidad de transformar la calidad de vida de su gente. La grandeza de la llamada “nueva era” será real solo si logra que los indicadores de desarrollo humano mejoren significativamente.
Chiapas no necesita más discursos triunfalistas; necesita acciones concretas que reduzcan la brecha de desigualdad, que impulsen la educación, la salud y el empleo digno. Eduardo Ramírez tiene la oportunidad histórica de pasar a la posteridad como el gobernador que puso al ser humano en el centro de las políticas públicas, pero para ello deberá priorizar un enfoque profundamente humanista.
PARA 2030, LA NUEVA ERA DEBE SER UN LEGADO
El reto para la administración de Eduardo Ramírez no es menor. En seis años, deberá demostrar que la “nueva era” fue más que una frase de campaña. Para 2030, Chiapas debería ser un estado más próspero, con mayores oportunidades para sus habitantes y con una infraestructura que permita su desarrollo sostenible.
Sin embargo, lo más importante será el legado que deje. La historia reciente de Chiapas nos ha mostrado cómo los gobiernos pueden olvidar a las comunidades más vulnerables, perpetuando la marginación. Si Ramírez quiere escribir un capítulo diferente, deberá construir un gobierno que escuche, que atienda y que sea cercano a su gente.
UN ESTADO EN PAZ Y CON ESPERANZA
De acuerdo con lo anticipado, Eduardo Ramírez tiene el compromiso de entregar un Chiapas en paz, con mayores oportunidades para sus habitantes y con una infraestructura que no solo embellezca, sino que transforme.
El 8 de diciembre marcará el inicio de un nuevo capítulo en la historia política del estado. Pero, mientras las promesas se transforman en políticas públicas, que no se olvide la lección de Brito: la política puede ser una plataforma para glorificar a un líder, pero también puede ser la tumba de su reputación.
Ahora que lleguen… que no olviden que los ojos de Chiapas estarán puestos en ellos. Que no olviden que la historia puede ser implacable con quienes fallan. Que no olviden a Brito.