Las incongruencias entre discurso y realidad se convierten en una de las principales amenazas para la legitimidad política.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
La Cuarta Transformación (4T) nació bajo la promesa de romper con los excesos de las élites políticas y acercar al gobierno al pueblo. Su narrativa, liderada por Andrés Manuel López Obrador, ha estado llena de símbolos: la venta del avión presidencial, los traslados en vuelos comerciales y la eliminación del título de “primera dama”. Estas acciones, más allá de su impacto práctico, buscan transmitir un mensaje claro: la política debe ser austera y estar al servicio de la ciudadanía.
Sin embargo, este discurso choca con la realidad cuando funcionarios públicos en Chiapas y otros estados muestran actitudes que contradicen estos principios. La percepción ciudadana se construye no solo con palabras, sino con gestos, y cuando las formas traicionan el fondo, el mensaje de la 4T pierde credibilidad.
LA IMPORTANCIA DE LOS SÍMBOLOS
En un país donde la pobreza y la desigualdad son problemas estructurales, los gestos simbólicos son herramientas poderosas. Cambiar banquetes por comida tradicional o renunciar a lujos innecesarios no son simples actos anecdóticos; son parte de un esfuerzo por construir una narrativa que legitime a los líderes ante los ojos del pueblo.
Sin embargo, la contradicción entre el discurso de austeridad y la ostentación de algunos funcionarios públicos genera una desconexión evidente. Cuando un funcionario desayuna tacos en la calle, pero porta objetos de lujo que simbolizan exclusividad y privilegio, el mensaje que envía es que la cercanía al pueblo no es más que una puesta en escena.
CHIAPAS, EL ESPEJO DE LAS CONTRADICCIONES
En Chiapas, un estado marcado por la pobreza extrema y la marginación histórica, estas actitudes resultan aún más ofensivas. La ciudadanía espera coherencia, especialmente de quienes dicen representar los ideales de la 4T. Sin embargo, la desconexión entre el discurso oficial y las acciones cotidianas de algunos servidores públicos parece ser la norma, no la excepción.
Esta incongruencia no solo afecta la imagen de los funcionarios, sino que erosiona la confianza en un proyecto político que prometió ser diferente. Las expectativas de cambio, ya desgastadas por años de promesas incumplidas, enfrentan una nueva amenaza: la percepción de que la 4T no ha logrado transformar las prácticas políticas que tanto criticó.
LA OPINIÓN PÚBLICA COMO JUEZ
En la era de las redes sociales, donde cada acción es documentada y analizada al detalle, los gestos simbólicos tienen un peso mayor. Los ciudadanos no solo evalúan las políticas públicas, sino también las conductas individuales de los funcionarios. Un desayuno callejero puede convertirse en un acto de conexión con el pueblo o en una prueba de hipocresía, dependiendo de los elementos que lo rodeen.
La opinión pública, más que nunca, actúa como un juez implacable. La ciudadanía no solo exige resultados concretos, sino también líderes que sean coherentes con los principios que promueven. En este contexto, las incongruencias entre discurso y realidad se convierten en una de las principales amenazas para la legitimidad política.
EL RETO DE LA COHERENCIA EN LA 4T
El verdadero desafío de la Cuarta Transformación no radica únicamente en implementar políticas públicas efectivas, sino en lograr que sus representantes encarnen los principios que predican. La austeridad no puede limitarse a ser un eslogan o una herramienta de marketing político; debe ser un compromiso real que guíe cada decisión
Para ello, es necesario que los funcionarios entiendan que cada acción, por pequeña que parezca, tiene un impacto en la percepción pública. La coherencia no es solo una virtud ética; es una estrategia política indispensable para mantener la confianza ciudadana.
TRANSFORMACIÓN O TEATRO POLÍTICO
Chiapas, como uno de los estados más rezagados del país, es el escenario perfecto para demostrar que la 4T puede ser más que un discurso. Sin embargo, para que esto ocurra, es fundamental que sus líderes comprendan que la forma es fondo. Cada gesto, cada decisión y cada palabra debe estar alineada con los ideales que promueven.
De lo contrario, la transformación corre el riesgo de convertirse en un teatro político, donde los gestos simbólicos no son más que utilería y los discursos se diluyen en contradicciones. Si los líderes de la 4T no logran cerrar esta brecha, será difícil convencer a la ciudadanía de que el cambio es real.
En última instancia, la pregunta que queda es sencilla pero crucial: ¿cómo puede hablarse de austeridad cuando las acciones de quienes la promueven cuentan una historia completamente distinta? La respuesta, como siempre, está en las formas. Y en política, las formas lo son todo.
Cordial Saludo.
