El gran desafío de la 4T es entender que el obradorismo, aunque transformador, aunque motor de cambio, no puede estar por encima del liderazgo de Sheinbaum.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
En política, la forma es fondo. No hay casualidades, y lo que sucedió en el Zócalo durante el Arancel-Fest no es un simple descuido ni una torpeza protocolaria. Es la expresión de una resistencia soterrada, la de aquellos que todavía no terminan de asimilar que la Jefa del Estado mexicano es una mujer.
La imagen es contundente: mientras Claudia Sheinbaum se acercaba al templete para hablar sobre la amenaza arancelaria de Donald Trump, los líderes de la 4T—Luisa María Alcalde, Ricardo Monreal, Adán Augusto López y Manuel Velasco
—se tomaban una fotografía con Andrés Manuel López Beltrán, ‘Andy’. No había espacio en la imagen para la presidenta. Ni un gesto, ni una mirada, ni un instante de atención.
Cuando finalmente notaron su presencia, intentaron salvar el momento con un saludo apresurado. Demasiado tarde. Sheinbaum ya había pasado de largo, y los reflectores ya habían capturado lo que no necesita traducción: un desplante, un ninguneo, un gesto que, aunque intenten justificar como un malentendido, refleja lo que verdaderamente son.
NO ES LA PRIMERA VEZ
Este episodio no es un caso aislado. Ya en junio de 2023, cuando aún era jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Sheinbaum protagonizó otro momento incómodo en el cónclave de Morena que definiría las reglas de la candidatura presidencial. En aquel entonces, un video la mostró confrontando al presidente del Consejo Nacional de Morena, Alfonso Durazo, con un tono de exasperación: “ya me cansé”.
La escena es reveladora. Mientras ella intentaba negociar de frente, algunos de sus compañeros de partido jugaban sus propias cartas por debajo de la mesa. Un patrón que se repite.
Porque a Sheinbaum la han querido arrinconar en el rol de continuidad obediente, pero ella se sabe presidenta. Y en esa calidad se mueve. Y a muchos dentro del obradorismo parece incomodarles que no sea solo la administradora de la herencia política de AMLO, sino que tenga la intención de ejercer plenamente su mandato.
El problema es que el machismo político no se resuelve con discursos progresistas ni con comunicados de disculpa. Se manifiesta en los detalles, en las formas, en la forma en que hombres con poder responden ante una jefa que no encaja en su visión de la política como un juego de hombres.
EL OBRADORISMO NO PUEDE ESTAR POR ENCIMA DE LA PRESIDENTA
El gran desafío de la 4T es entender que el obradorismo, aunque transformador, aunque motor de cambio, no puede estar por encima del liderazgo de Sheinbaum. López Obrador marcó una era, pero su movimiento no es un tótem intocable. La presidenta es Sheinbaum y, en términos institucionales, su palabra y su presencia deben ser el centro de la toma de decisiones.
Los machitos de la 4T tienen que entenderlo. Y si no les gusta, si creen que la política sigue siendo un espacio de acuerdos entre compadres, si no soportan la idea de que ya no hay un “jefe” al que puedan rendir pleitesía, sino una presidenta que espera que le respondan con lealtad y con altura de miras, entonces que se retiren.
Porque la jefa es una. Y no está para que le den la espalda.
Cordial saludo.
