Esta técnica, conocida como anamorfismo, juega con la perspectiva para aparentar al ojo humano algo diferente
SIN CONSENTIMIENTO/MaríaJosé Sánchez Ruiz
El arte urbano ha encontrado en el ilusionismo óptico una de sus expresiones más fascinantes: las pinturas 3D en el piso. Esta técnica, conocida como anamorfismo, juega con la perspectiva para aparentar al ojo humano algo diferente, generando imágenes que parecen emerger del suelo o abrir portales a mundos imaginarios. Su origen se remonta al Renacimiento, cuando artistas como Leonardo da Vinci exploraron las distorsiones visuales en sus estudios de perspectiva; sin embargo, su auge en el espacio público llegó en el siglo XX con exponentes como Kurt Wenner, Julian Beever y Edgar Müller, quienes llevaron esta disciplina a calles y plazas de todo el mundo.
El arte 3D en el piso se ha convertido en un fenómeno global que ha transformado el paisaje urbano de ciudades como Londres, Nueva York, Berlín, São Paulo y Ciudad de México. A diferencia del grafiti o el muralismo, esta técnica no busca permanecer en el tiempo, pues muchas de estas intervenciones son efímeras, expuestas a las inclemencias del clima y la actividad cotidiana de los transeúntes. No obstante, su impacto visual y su capacidad de interacción con el público han convertido al anamorfismo en una de las formas de arte urbano más populares en la actualidad.
La creación de estas obras requiere un alto dominio de la perspectiva y la geometría. El proceso inicia con un boceto en dos dimensiones, que luego es trasladado al suelo tomando en cuenta un punto de vista específico desde el cual la imagen cobra sentido tridimensional. Para lograr el efecto de profundidad, los artistas emplean reglas matemáticas que distorsionan la imagen de manera controlada, además de técnicas como el claroscuro y la degradación del color para simular luces y sombras. Aunque en su origen estas obras se realizaban con tizas y pasteles, en la actualidad se utilizan pinturas acrílicas y aerógrafos para garantizar mayor durabilidad.
Para fortuna nuestra, hoy en Tuxtla Gutiérrez, esta técnica cobra vida con “Tuchtlán”, una obra monumental de más de 400 metros cuadrados instalada en la explanada del Parque Bicentenario. Creada por los artistas Mauricio Vargas, Abraham Burciaga y Santiago Hernández, junto con estudiantes de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, esta intervención rinde homenaje a nuestra identidad chiapaneca y tuxtleca. A través del anamorfismo, la pintura despliega elementos icónicos de la región: majestuosas cascadas, zonas arqueológicas y un puente de marimbas, todo enmarcado por la figura del conejo, símbolo que da origen al nombre de la ciudad capital de Chiapas.
Esta obra temporal nos invita a redescubrir el arte en el espacio público y a sumergirnos en una experiencia visual única. No pierdan la oportunidad de admirarla y ser parte de esta ilusión óptica que transforma nuestra ciudad en un lienzo vivo.
