Nunca he visto que alguien sin estudios se autoproclame médico, ingeniero civil o abogado penalista. Pero sí he visto —y cada vez más seguido— cómo muchos se sienten con la autoridad de llamarse periodistas o comunicadores.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
Nunca he visto que alguien sin estudios se autoproclame médico, ingeniero civil o abogado penalista. Pero sí he visto —y cada vez más seguido— cómo muchos se sienten con la autoridad de llamarse periodistas o comunicadores, solo porque tienen un celular, acceso a internet y una cuenta de redes sociales. El periodismo, lamentablemente, se ha convertido en la profesión más fácil de usurpar.
En Chiapas y en México, cuando más necesitamos responsabilidad y altura ética en los medios, sobran los improvisados. Personas sin formación, sin el más mínimo rigor, sin haber leído una sola página de Kapuściński, sin comprender el impacto del mensaje, de la imagen, de la narrativa; se asumen la voz autorizada del pueblo. Pero no lo son. Porque no basta con tener voz, hay que tener criterio. Y no basta con tener seguidores, hay que tener fundamentos.
En mi experiencia como docente universitario, me esfuerzo en decirle a mis estudiantes: “No estudian una carrera pobre. Estudian una carrera que construye democracia, que tiene la capacidad de transformar realidades. Pero para defenderla, hay que conocerla.” Sin embargo, allá afuera, en el campo de batalla que son las redes sociales y los medios digitales, la batalla está desigual. Porque los verdaderos comunicadores compiten con los farsantes. Y a veces, tristemente, ganan los cínicos.
EL CINISMO HECHO OFICIO
¿Cómo llegamos al punto en que un “comunicador” se dedica a ver con quién se acuesta una funcionaria, si un funcionario tiene “nalgas” dignas de comentar, o si la vida privada de alguien merece estar en la agenda informativa? ¿Tan jodidos estamos?
Hay quienes usan el micrófono, la cámara o el teclado como armas para desquitar sus filias y fobias, para golpear sin sustento, para dividir sin reflexión, para insultar sin consecuencias. Y aún tienen el descaro de llamarse periodistas.
Lo repito con rabia contenida: los cínicos no sirven para este oficio. Porque este oficio exige verdad, exige contexto, exige respeto. Un periodista no es juez, ni verdugo, ni fiscal de la moral pública. Un periodista es un puente. Un periodista es quien observa y traduce, quien narra con precisión y compromiso, quien da voz sin arrebatar dignidad.
Pero eso ya casi no vende. Lo que vende es el escándalo, el chisme, la cloaca disfrazada de “denuncia ciudadana”.
Y entonces, la cloaca gana likes. Y los verdaderos periodistas pierden confianza.
NO ESTAMOS PARA MÁS VIOLENCIA
Vivimos tiempos oscuros, tiempos donde todo parece a punto de estallar. Chiapas, mi querido Chiapas, se estaba desangrando en silencio. Aquí hubieron balaceras, desplazamientos, zonas tomadas. Aquí se sintió el miedo. México también sangra. Y lo último que necesitamos son medios incendiarios, periodistas incendiarios, micrófonos al servicio del odio.
Los medios —y lo digo con todas sus letras— no pueden ser el brazo armado de la polarización. Nuestra labor no es agitar, es esclarecer. No es juzgar, es explicar. No es explotar el morbo, es mostrar el contexto.
Si quienes se dicen periodistas no entienden esto, no merecen tener espacio. Si no entienden que su voz puede construir, pero también puede destruir, están jugando con fuego. Y cuando se juega con fuego en una casa de cartón, se quema todo.
Hoy, más que nunca, necesitamos un periodismo responsable, ético, humano. Un periodismo que no explote la tragedia, que no sexualice la función pública, que no perpetúe prejuicios. Que no convierta la profesión más noble en el circo más barato.
Y si no lo vamos a hacer con ética, mejor no lo hagamos.
A MIS ESTUDIANTES: DEFIENDAN SU PROFESIÓN
A mis estudiantes les digo siempre: estudien bien, aprendan bien, practiquen con responsabilidad. Porque allá afuera, la profesión está siendo profanada. Allá afuera, cualquiera se dice comunicador. Y si no defendemos esta carrera con ética, nos la van a arrebatar entre la ignorancia y el espectáculo.
No estudian una carrera sin futuro. Estudian una carrera con un campo inmenso. Pero solo lo podrán conquistar si son distintos, si se niegan a seguir el camino fácil del escándalo y apuestan por la ruta difícil del periodismo serio, documentado, reflexivo.
Sean periodistas con causa. No mercenarios de la información. No sicarios de las palabras. Porque ya tenemos demasiados.
El verdadero periodista no teme al poder, pero tampoco lo ridiculiza sin sustento. El verdadero comunicador no se prostituye por una nota viral. El verdadero comunicador respeta al otro, aunque piense distinto. El verdadero periodista conoce sus límites, y su mayor límite es la dignidad humana.
EPÍLOGO SIN CONSUELO (PERO CON ESPERANZA)
Me pregunto si aquellos que cada mañana se visten de “periodistas” sin haber leído jamás a McLuhan, a Habermas, a Martín Barbero, sin haber pasado por una redacción o una ética básica, se han cuestionado alguna vez si están haciendo bien su trabajo. Me pregunto si tienen idea del poder que tienen, del daño que provocan, del desprestigio que cargamos los verdaderos comunicadores por culpa de ellos.
Me pregunto si tienen madre.
Sí, así lo escribo, sin eufemismos. Porque Chiapas no está para más violencia, ni simbólica ni verbal. Porque Chiapas necesita comunicadores, no provocadores.
Ya basta de hacer del periodismo un espectáculo de tripas. Ya basta de confundir viralidad con credibilidad. Ya basta de tolerar que los mercaderes del escándalo nos representen.
Kapuściński decía que “el verdadero periodista es el que no se vende, el que no se entrega al poder, el que entiende que cada palabra puede ser una bomba”. Hoy, esa frase no es teoría. Es advertencia.
Y yo, desde esta trinchera, la docencia, la redacción, la calle, seguiré diciendo:
El periodismo no se vende, se honra. Y si no lo vas a honrar, no lo ejerzas. Porque, insisto y firmo: los cínicos no sirven para este oficio.
Cordial saludo.
