Intentó acercarse, hacer conversación, lucir amigable. Pero el gobernador lo ignoró con frialdad calculada. A la vista de todos, giró su atención hacia otros personajes
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
Hay lugares donde no te dicen que no, pero todo grita que ya no. Las miradas esquivas, los saludos de compromiso, las sillas que no te reservan, las fotos en las que apenas y sales en la orilla. Saber leer esos mensajes —sin palabras, pero cargados de intención— es parte de la inteligencia social que no todos ejercen. A veces por necedad, a veces por necesidad, muchos insisten en seguir donde ya no hay reciprocidad.
En política, esto es más común de lo que se dice. Y más en tiempos de transición, cuando cambian los liderazgos, se reconfiguran los afectos y el silencio comienza a decir más que los discursos. Hay quienes, aunque saben que su ciclo terminó, insisten en aparecer en las fotos del poder, como si aún pertenecieran al reparto principal.
Pero la política, como la vida, tiene maneras muy claras de decir “ya no”. Y quien no las entiende, queda fuera del encuadre.
EL QUE FUE, YA NO ES
Ángel Torres es uno de esos casos. Ha sido señalado por presuntos actos de corrupción, su paso por el gobierno estatal fue cuestionado y su gestión al frente del Ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez no goza de prestigio. Aun así, insiste en mostrarse cercano al gobernador, como si no entendiera que una cosa es el respeto institucional y otra muy distinta la afinidad política.
Eduardo Ramírez ha sido cuidadoso, incluso elegante. No ha desairado públicamente a nadie, ni siquiera a los que se han convertido en un lastre. Pero eso no significa que no marque distancia. El trato es institucional, nunca cercano. Y aun así, Ángel Torres sigue buscando un lugar. Pegarse. Subirse a la fotografía como si eso bastara para estar dentro del proyecto.
Pero una imagen no sustituye una relación política real.
EL LENGUAJE DEL PODER
Edward T. Hall decía que el lenguaje no verbal comunica tanto o más que las palabras. Las distancias, los gestos, los silencios. Todo habla. Desde la psicología de la comunicación, Mercè Martínez subraya la importancia de la percepción social: esa habilidad para entender lo que el otro siente o piensa sin que lo diga. No captar esas señales —o ignorarlas a propósito— es cerrarse a una verdad incómoda: ya no eres parte del círculo.
Desde la teoría de la disonancia cognitiva de Festinger, puede leerse como el esfuerzo por justificar lo injustificable: preferir negar la exclusión antes que aceptarla. Y así, quienes fueron protagonistas se vuelven parte del espectáculo político. Ya no como actores principales, sino como extras que insisten en robar cámara.
LA ESCENA INCÓMODA
“¿Qué pasó, mi Ángel de Tuxtla, que puede ser de Chiapas?”, soltó el gobernador con una sonrisa sarcástica, dicen, al llegar al informe del OOAD en el Teatro Universitario de la UNICACH. La frase, más que saludo, fue un recordatorio: no estás en la jugada.
Ángel Torres intentó acercarse, hacer conversación, lucir amigable. Pero el gobernador lo ignoró con frialdad calculada. A la vista de todos, giró su atención hacia otros personajes como la rectora Juana de Dios López Jiménez —la reina roja— o Fanny, a quien llamó para que lo acompañara, justo cuando Torres buscaba espacio a su lado. Fue evidente: ya no es su lugar, aunque insista en actuar como si lo fuera.
Este episodio no solo retrata una incomodidad personal, sino una lección de comunicación política: el silencio, el desdén y la distancia también comunican. A veces más fuerte que cualquier discurso. Y lo peor no es ser excluido. Lo verdaderamente triste es no saber leer que uno ya fue excluido.
Cordial saludo.
