Y mientras un coyote cachorro corre libre por El Zapotal, los verdaderos depredadores no están en los árboles, sino en las oficinas.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
Recuerdo caminar por los senderos del ZooMAT cuando era niño. En aquellos años, el zoológico era un orgullo tuxtleco: espacio de contemplación, aprendizaje y admiración por la vida silvestre. Para muchos, era sinónimo de familia, domingo y naturaleza. Era común ver a las maestras explicando con entusiasmo frente al jaguar o al quetzal, como si estuvieran ante dioses prehispánicos vivos.
Hoy, ese mismo lugar es un espacio donde los animales escapan, mueren o sobreviven entre el estrés, la negligencia y el silencio. La selva educativa se transformó en una jaula de improvisaciones. Y mientras un coyote cachorro corre libre por El Zapotal, los verdaderos depredadores no están en los árboles, sino en las oficinas.
RUIDO QUE DESATÓ LA FUGA
Apenas esta semana, un coyote bebé se escapó del Zoológico Regional Miguel Álvarez del Toro (ZooMAT), ubicado en la reserva ecológica El Zapotal. No fue un escape cinematográfico ni una falla de seguridad espectacular: fue el ruido. El alboroto causado por la visita de un grupo escolar —una actividad común y supuestamente controlada— provocó un episodio de estrés en el ejemplar, que halló una salida y simplemente se fue.
Pedro Noel Aguilar Aragón, curador general de Exhibición de Fauna Silvestre, explicó que los coyotes tienen una audición tres o hasta cuatro veces más aguda que la humana. Es decir, lo que para nosotros es una mañana bulliciosa, para ellos es una tortura acústica.
El cachorro no representa peligro alguno para la población ni para los visitantes. Pero el hecho de que pudiera huir, sí. Lo que se escapó no fue el animal, fue la responsabilidad.
LA HISTORIA SE REPITE
No es la primera vez que un animal huye del ZooMAT. En 2021, la tapir “Coco” también escapó de su recinto. En esa ocasión, el zoológico se encontraba cerrado al público por labores de mantenimiento. La caída de ramas provocó un estruendo que desató el pánico en el animal, quien se dirigió hacia la zona boscosa de la reserva. Tras aplicar el protocolo adecuado, lograron regresarla sin daño alguno.
Pero, ¿qué aprendieron de esa experiencia? A juzgar por lo ocurrido con el coyote, poco o nada.
MUERTES QUE NO SON CASUALES
El problema en el ZooMAT va más allá de las fugas. En julio de 2021, Alerta Chiapas documentó la muerte de una nutria bajo circunstancias sospechosas. En noviembre del mismo año, otra nutria joven falleció poco después de haber llegado desde Apic Pac, Ocozocoautla.
El patrón es inquietante. Trabajadores del zoológico, que prefieren mantenerse en el anonimato por miedo a represalias, aseguran que una de las muertes fue producto de un mal manejo en la aplicación de anestesia. La señalada es Lilia Ivón Ruiz Galaz, encargada de Curaduría General de Nutrición y Salud Animal. La misma funcionaria, dicho sea de paso, ha sido mencionada en varios episodios cuestionables en la historia reciente del zoológico.
EL QUETZAL TAMBIÉN MURIÓ
En julio de 2024, un hecho indignante sacudió nuevamente al ZooMAT: la muerte de un quetzal macho, ave emblemática y símbolo del bosque mesófilo de montaña. El ejemplar murió tras ser gravemente herido por un tlacuache que entró a su jaula por una malla rota.
Lo más indignante es que el personal del zoológico ya había solicitado la reposición de dicha malla, sin obtener respuesta. La negligencia, esa bestia silenciosa, volvió a cobrarse una vida.
La imagen del quetzal con heridas sangrantes en la espalda es una metáfora brutal del estado del zoológico: un espacio donde lo sagrado ya no se respeta y lo urgente se posterga hasta que duele.
LO QUE YA NO SE PUEDE OCULTAR
No es un caso aislado, ni un incidente desafortunado. Es una cadena de omisiones que ha cobrado vidas: el quetzal lastimado por un tlacuache, los jaguarundis y el puma que murieron en cautiverio, el mono saraguato que falleció por insolación al ser olvidado en un techo, y los venados que, según fotografías recientes, se disputaban cáscaras por hambre en pleno diciembre. Las nutrias, por su parte, parecen cargar con una maldición institucional: Hansu, Aluxes, Daniel, Chava, Roki, Charly, Cricri… y la más reciente, una cría rescatada apenas en marzo, pero de la que poco se sabe. Ni siquiera el coyote escapó hace una semana, como se dijo: su desaparición ocurrió desde principios de marzo. La administración podrá intentar encubrir, minimizar o desviar, pero la lista de nombres muertos y vidas ignoradas ya no cabe en una nota de prensa. Es hora de asumir responsabilidades. Porque lo que está en juego no es solo el prestigio del ZooMAT, sino la dignidad de lo que alguna vez simbolizó: el respeto por la vida.
DENUNCIAS EN VOZ BAJA
Los trabajadores que han dado declaraciones lo hacen bajo condición de anonimato. El miedo a represalias es tan común como el descuido de las instalaciones. Los nombres que se repiten en cada denuncia —Carlos Guichard, Joe Miceli y Lilia Ivón Ruiz Galaz— forman un triángulo de omisiones que, lejos de corregirse, parece institucionalizarse.
No es una cuestión de falta de recursos, sino de prioridades mal puestas, de directivos sordos ante el clamor interno y la crítica externa. La fauna no solo está enjaulada, también lo están quienes intentan defenderla desde adentro.
ANTECEDENTES QUE PREOCUPAN
Lo ocurrido en el ZooMAT no es exclusivo de Chiapas. En febrero de 2025, el Zoológico de Cali, Colombia, enfrentó una tragedia similar: un puma llamado Orus escapó de su recinto y murió poco después por edema pulmonar. Aunque la contención fue rápida y el animal no llegó a salir del parque, el caso expuso una vez más el estrés extremo que experimentan los animales en cautiverio.
En 2019, en el Zoológico de San Juan de Aragón, un video mostró a una cebra comiendo sus propias heces. El hecho generó indignación nacional y provocó que ciudadanos pidieran la renuncia de la directora del zoológico. Adivine quién era: sí, Lilia Ivón Ruiz Galaz.
PROTOCOLO IGNORADO
La Ley General de Vida Silvestre es clara. Ante una fuga, debe activarse un protocolo de emergencia que incluye desalojar visitantes, movilizar al equipo de veterinaria, asegurar puertas, contactar al director, y contener al ejemplar con precisión quirúrgica. Pero como suele ocurrir en Chiapas, las leyes se citan más que se cumplen.
¿Se activó este protocolo con el coyote? ¿Se aplicó en su totalidad con el tapir? ¿Se revisaron las condiciones del quetzal tras la solicitud de mantenimiento? La omisión también es violencia.
¿QUIÉN CUIDA A LOS QUE NO PUEDEN HABLAR?
El ZooMAT no es un espacio peligroso por su fauna, sino por sus omisiones. Hoy, el coyote se ha convertido en símbolo de algo más grande: el grito silente de los animales, la indiferencia institucional y la urgencia de renovar una administración oxidada.
El verdadero depredador no anda a cuatro patas. Camina entre escritorios, firma documentos, minimiza denuncias y desestima la vida.
¿Y SI EL PRÓXIMO ERES TÚ?
Si un coyote puede escapar por estrés sonoro y un quetzal morir por una malla vieja, ¿qué le espera al resto de la fauna que no huye pero sobrevive en silencio? ¿Y qué mensaje les damos a nuestros hijos cuando visitan un zoológico que enseña más sobre abandono que sobre conservación?
El ZooMAT ya no es un lugar seguro. No para los animales, no para los trabajadores, no para la verdad.
Por cierto, Lilia Ivón Ruiz Galaz también fue funcionaria del Zoológico de San Juan de Aragón, de donde salió mal parada. Fue tal el escándalo por las condiciones en las que operaba ese recinto, que la entonces jefa de Gobierno de la Ciudad de México —hoy presidenta del país— pidió su renuncia.
El coyote no es un peligro. El ZooMAT, sí.
Cordial saludo.
