Ubicado en el Centro Histórico es un tesoro del muralismo mexicano; aunque poco visitado, resguarda obras emblemáticas.
SIN CONSENTIMIENTO/María José Sánchez Ruiz
El Centro Histórico de la Ciudad de México es mucho más que una zona patrimonial: es un palimpsesto urbano donde el pasado y el presente dialogan a través de sus monumentos, plazas y edificios públicos. Entre estos, destacan varios recintos gubernamentales —incluido el propio Palacio Nacional— que continúan siendo expresión viva de los grandes maestros del muralismo mexicano. En esta entrega, nos enfocaremos en uno de los espacios más relevantes y menos visitados por el gran público: el edificio de la Secretaría de Educación Pública, cuya riqueza muralista merece atención detenida.
En el corazón de esta zona histórica, el edificio de la SEP no sólo resguarda funciones administrativas: encierra, en sus muros, una de las más poderosas narrativas visuales sobre el devenir social, político y cultural del México posrevolucionario. Erigido en 1921 como parte del ambicioso proyecto educativo impulsado por José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, este recinto fue concebido, además, como un templo laico del saber, en el que el arte y la educación se entrelazan para construir ciudadanía.
Es en este contexto que se invita a Diego Rivera a plasmar en sus muros el ideario revolucionario que buscaba reconfigurar la identidad del país. Entre 1923 y 1928, Rivera pintó más de 120 murales en los tres niveles del edificio, particularmente en los patios del Trabajo y de las Fiestas, en los que se sintetizan con audacia la lucha de clases, la exaltación del trabajo manual, el rechazo al colonialismo y la esperanza en un futuro más equitativo.
Es importante recordar que el muralismo mexicano nace con una vocación esencialmente pedagógica. En una nación con altos índices de analfabetismo, el arte mural se concibió como un medio para llevar el conocimiento, los valores y los relatos fundacionales del nuevo México a todos los sectores de la sociedad, especialmente a aquellos históricamente excluidos de los espacios museísticos. Más allá de la estética, su función era social: educar, concientizar, y sí, en cierta medida, formar ideológicamente al nuevo ciudadano postrevolucionario. Por ello, resulta profundamente simbólico que sea precisamente el edificio que alberga a la Secretaría de Educación Pública el que esté rodeado de estos relatos visuales. Hay en ello una especie de círculo perfecto: muros que educan a través del arte, en el mismo espacio desde donde se diseñan las políticas educativas de la nación. Este conjunto constituye, además de la obra mural más extensa de Rivera, uno de los ejercicios más elocuentes de pedagogía visual emprendidos por el Estado mexicano.
Entre las piezas más emblemáticas se encuentra “Entrada a la mina”, localizada en el Patio del Trabajo. En ella, Rivera retrata a un grupo de mineros descendiendo a las profundidades con gestos serenos y decididos. La escena, marcada por una gama de tonos ocres y terrosos, exalta la resistencia silenciosa de quienes sostienen la economía desde la oscuridad. El uso del claroscuro dota a la escena de una teatralidad que subraya su realismo. Rivera logra aquí una condensación simbólica del ethos proletario que marcaría buena parte del arte comprometido del siglo XX.
En ese mismo Patio, Rivera representa con un vigor plástico inconfundible las labores del campo y de la industria. Campesinos, obreros, mineros, mujeres trabajando la tierra o tejiendo, se despliegan en composiciones de ritmo casi escultórico, que rinden homenaje al trabajo como sustento de la dignidad humana. En contraste, el Patio de las Fiestas celebra la pluralidad cultural de México a través de escenas de carnavales, danzas populares, rituales originarios y procesiones mestizas. Ambos espacios, a través de su dicotomía, permiten comprender el alma de un país que se construye entre la lucha y la celebración, entre la resistencia y la alegría colectiva.
Además de Diego Rivera, a lo largo de las décadas, otros grandes artistas como Jean Charlot, Amado de la Cueva y Xavier Guerrero contribuyeron a enriquecer esta colección única, transformando al edificio en una verdadera enciclopedia visual del México del siglo XX. El diálogo entre estilos, técnicas y temáticas ofrece al espectador una experiencia estética y reflexiva de alto calibre, digna de figurar entre los espacios patrimoniales más relevantes del continente.
Visitar el edificio de la Secretaría de Educación Pública es ingresar a un laboratorio de ideas visuales donde la historia, el arte y la educación se funden en una propuesta profundamente transformadora. En una época donde se redefine el papel del arte público, esta joya muralística invita a mirar atrás para proyectar hacia adelante y lo hace con la autoridad de quienes supieron pintar no sólo muros, sino conciencia.
Tener este contexto nos permitirá, tanto a la misma Secretaría de Educación Pública como a la sociedad en general, reactivar el potencial simbólico del edificio para convertirlo en un punto nodal del diálogo entre la historia y los desafíos educativos contemporáneos. Difundir este patrimonio es también una forma de educar; y educar, en palabras del propio Vasconcelos, es redimir.
