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Home Opiniones OPINIÓN

Alejandra Bogue: el valor que hacía falta

13 de junio de 2025
in OPINIÓN
Hace años, verla en Desde Gayola era un atrevimiento: personajes que decían lo prohibido y rompían la moral de la época. Hoy, su legado sigue incomodando a la hipocresía social.

Hace años, verla en Desde Gayola era un atrevimiento: personajes que decían lo prohibido y rompían la moral de la época. Hoy, su legado sigue incomodando a la hipocresía social.

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Hace años, verla en Desde Gayola era un atrevimiento: personajes que decían lo prohibido y rompían la moral de la época. Hoy, su legado sigue incomodando a la hipocresía social.


REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez

Tenía yo unos quince años cuando, a escondidas, me asomaba a ver Desde Gayola. Recuerdo perfectamente que lo hacía casi con culpa, bajándole el volumen, temiendo que en casa se escuchara un diálogo impropio —impropio para la moral de entonces, para la mentalidad de entonces, para el niño que yo era entonces.

Pero ahí estaba, la risa incómoda, la sátira afilada, los personajes traviesos diciendo lo que nadie decía, burlándose de lo intocable: la política, la iglesia, la hipocresía social. Y, sobre todo, ahí estaba ella: Alejandra Bogue.

Hoy, años después, tuve la oportunidad de conocerla. Esta vez sin reservas, sin miedo, sin mirar hacia los lados para asegurarme de que nadie me viera. La vi, la escuché, la sentí cercana, y confirmé lo que tal vez siempre intuí: Alejandra no es solo un personaje; es un tiempo, un capítulo necesario, una memoria viva de lo que se necesitaba para sacudir la risa fácil de este país.

Desde Gayola no fue solo un programa de televisión: fue un espacio de resistencia camuflado de sketch. Fue la escena que no pasaba filtros, la que se burlaba en prime time de lo intocable y retrataba, entre bromas, verdades que a muchos les dolían. Fue, para toda una generación, un primer contacto con lo que hoy llamamos visibilidad, orgullo, disidencia. Un primer roce con la idea de que la diversidad no se esconde detrás de las puertas, sino que también se sube a un escenario y se viste de lentejuela.

Conversar con Alejandra me hizo pensar en lo injusto que ha sido este país con sus pioneros. En cómo se aplaude a la drag actual, a la generación de brillos y redes sociales, pero se olvida a quienes pusieron el cuerpo cuando la homofobia era ley y la transfobia era chiste de sobremesa.

Bogue es más que un recuerdo de televisión nocturna: es historia de resistencia envuelta en peluca y sarcasmo. Es la cara de quienes rieron cuando no podían llorar. Es el valor que hacía falta para que hoy, muchos otros y otras caminen con la frente alta, con la voz firme y sin pedir permiso.

Mientras la escuchaba, pensaba en lo que he escrito antes: que ser diverso no debería ser ni bandera ni mercancía; debería ser, simplemente, ser. Pero si hoy podemos acercarnos un poco más a ese ideal, es porque alguien antes hizo reír cuando lo fácil era callar.

Alejandra no es la única. Detrás de cada figura pública, hay miles que no tienen cámara ni micrófono, pero comparten la misma historia: sobrevivir a la vergüenza impuesta, al insulto disfrazado de broma, al armario forzado por la familia, la escuela o la iglesia. Hoy que la escuché, entendí mejor mi propio miedo adolescente. Y también comprendí la dignidad con que se entierra ese miedo cuando la sociedad madura, aunque sea a cuentagotas.

En estos días en que la diversidad sexual vuelve a estar en el centro de debates y leyes —como lo conté hace poco cuando hablé de las terapias de conversión—, encontrarse cara a cara con alguien como Alejandra es recordar que la lucha no empezó con hashtags, ni con influencers, ni con modas coloridas. La lucha empezó cuando alguien se negó a pedir perdón por existir.

Alejandra Bogue sigue aquí. No solo en los videos que uno revisita para carcajearse de la Señora Católica o La Tesorito, sino en la memoria colectiva de un México que aprendió a reírse de sí mismo, a incomodarse en su sala, a soltar poco a poco los prejuicios.

No sé si volveré a verla pronto, pero hoy la abrazo con palabras: gracias por estar, por seguir, por no salir del cuadro cuando lo más fácil era irse.

Porque si algo nos enseña su historia es que la visibilidad —esa que hoy muchos celebran— no se improvisa: se encarna, se resiste y se reinventa, siempre con valor.

Cordial saludo.

Hace años, verla en Desde Gayola era un atrevimiento: personajes que decían lo prohibido y rompían la moral de la época. Hoy, su legado sigue incomodando a la hipocresía social.
Hace años, verla en Desde Gayola era un atrevimiento: personajes que decían lo prohibido y rompían la moral de la época. Hoy, su legado sigue incomodando a la hipocresía social.

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