Fragmentaciones
NOVELA DE JOSÉ FALCONI
Segunda parte
José Natarén/Ultimátum
Sabemos que la escrito, dicho o recordado, más allá del carácter biográfico, sustituye a la realidad. No la imita, la reinventa, funda otra, representa o actualiza la tragedia del mundo que los antiguos -como el estagirita en su Poética– llamaron mímesis, para satisfacer la búsqueda del tiempo perdido, de lo ausente, lo posible. La lectura y escritura de literatura restituyen la presencia y traen a primer plano la experiencia humana, nuestro sustrato, otra forma de actualizar nuestro ser en el mundo. Las buenas novelas, como Fragmentaciones, nos carean con nuestra más elemental verdad: la finitud, un careo con nosotros mismos hasta el fondo la realidad.
Por supuesto, la música destensa la enrarecida atmósfera que el secuestro de unos muchachos -Ramón, Víctor, Polo y Pepe- por parte de la policía secreta durante la Guerra Sucia, induce en el lector. En Fragmentaciones se escucha “The end”, la pieza última de la epónima ópera prima y magna de The Doors, en la que el poeta Morrison, se desgarra en el grito y por causa del mito de Edipo, rey, transgresor del tabú, tan encomiado por Freud. Así como la música del Víctor Jara, “El corrido de Jaramillo”, de José Molina y “Sombras nada más” de Javier Solís. Banda sonora del joven protagonista, aislado en una prisión clandestina de Tlaxcoaque, luego de un interrogatorio que dejó secuelas de por vida.
El arte, como bien es sabido, no está en el qué sino en el cómo, en el alquímico matrimonio entre forma y fondo, entre experiencia y técnica, entre vida y pensamiento. Resalto la plasticidad para transcurrir de un registro a otro del lenguaje, del culto, de la cita literaria, de la alusión a Tecayehuatzin, Quevedo, Rilke, Bañuelos, Ballagas y Papini, hasta la expresión más liberadora de mentadas y procacidades, de los actores de la “historia infame” inserta en seis segmentos a lo largo de la novela.
En Fragmentaciones se aprecia la ficción al interior de la ficción, como la “historia infame”, y no sólo eso, también microcuentos: “Salón Patricia” y “El instante se descuelga del clavo”; los versos a la enfermera celeste, y “El pestañeo oscuro”, imagen de lo sagrado. Destaca el guion teatral de la última parte de la “historia infame” y la reflexión poética en torno a Vallejo, el juego del lenguaje, y ciertas estrofas, casi citas de Cercadas Palabras o Escribo un árbol. Conviene al lector tener a la mano, esos libros del poeta, asimismo la colección de cuentos Escala roja y la antología poética Golpe de agua, para comprender la unidad de su obra.
Es claro que Fragmentaciones fue escrita por un escritor completo, no constreñido a este o aquel género, lírico, épico, dramático, novelístico, cuentístico, periodístico, biográfico. Debe leerse en varios tonos, y en voz alta o baja, saborear o resistir la amargura de sus matices, sus espectros, sus giros y cadencias, sus ritmos contrapuestos, como la realidad.
La coda deja claro que, la experiencia más personal del protagonista se centra en Karana, la musa, durante una ensoñación psicodélica, simulacro de un sacrificio indígena y, sobre todo, la liberación del lenguaje lógico convencional: diagonales que expresan el cese del pensamiento, entre una revelación y otra del delirio, el silencio cuando el ser-palabra, calla.
Fragmentaciones tiene elementos de novela negra, hasta cierto punto histórica pero también surrealista, y con elementos de la literatura de la onda. Una de las enseñanzas más sabias de la novela: sólo el amor y el erotismo, y la capacidad de refigurar la realidad mediante la palabra alada, nos salvan de la violencia primordial del mundo y siembran sentido en este “asilo de alienados”, sólo es transitable por el delirio poético y la contemplación o participación de la gracia divina y carnal, siempre femenina, la imagen de la vida y de la muerte, sea la enfermera celeste o Karana.
FALCONI, José. “Fragmentaciones”, (2015), Coneculta-Chiapas, 144 p.

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