Neblina morada
NOVELA DE JOSÉ FALCONI
Segunda Parte
José Natarén/Ultimátum
Cuando Neblina morada, novela corta, que disfruto en sesión continua, de un jalón –que no “jale”– muestra la incorporación de elementos formales del discurso periodístico, del teatro, la crónica y el guion cinematográfico, la cita, el pastiche, la entrada lexicográfica, en su espacio narrativo implica, por inercia, la puesta en operación del conocimiento de las herramientas, de las técnicas, de los saberes, por parte del escritor experimentado, del experto.
Personajes de no mucha complejidad psicológica, en apariencia, muestran florituras de la condición humana. La prístina apertura de la psiquis a la ceguera del deseo, explosión de vectores sin fin, entre la vida y la muerte. El pregonero, el carpintero, el policía, vueltos esclavo o indigente, en la disidencia vital. Y los soñadores -no los de Bertolucci… ¿no? – por excelencia, los amantes y artistas, en la experiencia del sueño de la razón. Una usuaria de sustancias vuelta diosa. Todos en la misma nave, bajo los signos inequívocos de la locura. Fascinación por los pies -podolatría- presente por cierto en la poesía del novelista Falconi. Algunos tipos de pie son especificados como notas a pie de página, con la seriedad que el recurso implica, claro está. Amor libre, más que en un sentido hippie, en el de un pueblo -Tierra Adentro- en el que el impasible convencionalismo de la cotidianidad se ve dislocado por vapores de origen no terrestre y en el que pulsiones se vierten en conductas naturales, sin las camisas de fuerza de lo usual. Idolatría. “Rituales tántricos de la mano izquierda” -ja, ja, ja- ¿esoterismo grueso, al más puro estilo de las logias iniciáticas o mero albur -en ambos sentidos-, guiño, ejercicio lúdico por parte de un autor que goza y se solaza en su propia ley narrativa?
Cuando terminé la lectura de la nueva novela de José Falconi, configuré una lista de reproducción en un dispositivo digital. Tango y bolero, chachachá y hasta la Nave del olvido y ¿por qué no? música sinfónica como cliché de artista, de los que deliran de esnobismo. Pero también rock. Música psicodélica, de onda. Aunque Neblina morada no es literatura de la onda. También incluí música dark -sí, Clan of Xymox- como se afirma en la novela ¿o protodark? por aquello de la extravagancia magistral de la Neblina que me sugiere escuchar más el primer y segundo disco de Brian Eno a la par del primer larga duración de The Experience.
Cuando recibí la noticia de la próxima publicación del libro, me imaginé -ya sé, obvio, razonado desde el lugar común- que la alusión al éxito estereofónico del verano del amor, anunciaba la presencia o evocación del tema, aunque sea en algún momento de la novela. Mas no. Diría que me quedé esperando el momento en que el riff hendrixiano -o una frase como “excuse me, while I kiss the sky”- irrumpiera en el horizonte de Tierra Adentro. Pero no. A lo más se incluye en el epígrafe un par de líneas junto a unos versos de Lope de Vega y Severo Sarduy. (Allende las angélicas líneas que retuercen las facciones de algunos personajes bajo el embrujo apolítico de la Neblina). No obstante, no podría pensarse en ese entramado de escenas, momentos y personajes, ni el mismo título, Neblina morada sin recordar la perspectiva enteógena, propia de su generación -los llamados baby boomers– entre el rock y la contracultura, la guerra fría, y la persecución política, como el derrumbe del sueño nacional, en el caso de México.
El libro no refiere a la clásica del rock, sino a la experiencia sicodélica, al delirio colectivo, al caleidoscopio ontológico por el que se revela lo absurdo de la existencia humana, lo que somos: una contingencia en un planeta alrededor de una estrella, en un galaxia -entre millones y millones, mayores en complejidad y número- en un universo en expansión en cuyo centro haya tal vez una inconmensurable masa, un agujero negro. Pero también, como una posibilidad más en un eternamente reiterado lanzamiento de dados cósmico, una especie en la que ha emergido, con la misteriosa complejidad con la que acontece lo improbable, la palabra -el pensamiento, el logos-, lo que nos hermanaría con cualquier especie a través de la creación lingüística, con cualquier especie como, por ejemplo, los vegalinitas, responsables de emitir la Neblina Morada en la que “Adalgisa duerme narcotizada” y por la que suceden las múltiples escenas a los largo de los diecisiete brevísimos capítulos del libro en el que las diversas voces narrativas me cuentan y conducen la experiencia estética y la sagrada satisfacción luego de la primera lectura de un buen libro.
FALCONI, José. Neblina morada, Fondo Editorial EDOMEX, CEAPE, 2020, 116 p.
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