La violencia en Chiapas no estalló de golpe: fue una combustión lenta, invisibilizada durante años en la sierra y hoy alcanzó la plaza pública. Rutilio Escandón y López Obrador, cada uno en su estilo, dejaron crecer el fuego bajo la alfombra.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
Chiapas no se incendió en un día. No fue un estallido espontáneo, ni un brote aislado de violencia. Fue, más bien, una combustión lenta, sostenida, invisibilizada. Una llama que durante años ardió en la sierra, en los márgenes, en las esquinas que a nadie importaban. Y hoy, cuando el fuego ya alcanzó la plaza, nos preguntamos quiénes lo encendieron, quiénes lo dejaron crecer, quiénes se hicieron de la vista gorda.
La respuesta tiene nombres y apellidos: Rutilio Escandón Cadenas y Andrés Manuel López Obrador. Uno gobernó Chiapas como quien administra una oficina gris; el otro dirigió el país desde el pedestal de la moral, sin mirar nunca con rigor lo que pasaba en el sur. Ambos, en sus estilos, permitieron que la violencia creciera bajo la alfombra. No construyeron seguridad, ni justicia, ni paz. Y lo peor: no reconocieron jamás que teníamos un problema.
Hoy Chiapas está sumido en el dilema de los desplazamientos, en una narrativa confusa en la que ya no sabemos si las personas huyen por miedo real, por estrategia o por complicidad. El daño es tal que hasta las víctimas cargan con sospechas, y los criminales se disfrazan de perseguidos. Esa es la consecuencia de años de abandono: la verdad se vuelve borrosa, el Estado se vuelve frágil, y la justicia tarda más en llegar.
LO QUE SE DICE
Este miércoles, el gobernador Eduardo Ramírez Aguilar y el fiscal Jorge Luis Llaven Abarca enfrentaron el tema con firmeza: no hay desplazamiento forzado, dijeron. Y aunque sus declaraciones levantaron debate, hay algo que no debe perderse de vista: ellos no son responsables del desastre. Apenas llevan ocho meses intentando recomponer un mapa en ruinas, tapando las grietas de un gobierno anterior que prefirió callar antes que actuar.
Ramírez Aguilar reconoció la presencia de un grupo criminal en Frontera Comalapa y señaló que las personas que se resguardan en Guatemala, particularmente del ejido El Sabinalito, son familiares de personas detenidas. El fiscal fue puntual: hay investigaciones abiertas y los movimientos hacia el país vecino responden a situaciones particulares, no necesariamente a un fenómeno de violencia generalizada.
En otra época, estas declaraciones se habrían ocultado. Hoy se dicen con claridad, con apertura. Y eso importa. No se trata de minimizar lo que ocurre, sino de darle contexto. Porque el nuevo gobierno no niega el conflicto, pero tampoco lo magnifica con fines políticos. Lo enfrenta como lo que es: una consecuencia dolorosa de años de omisión.
LA FRONTERA SUR
El problema de fondo está más allá de un ejido, de un municipio, de una cifra. Chiapas está en una encrucijada histórica: es frontera, pero también es límite. Entre dos países, sí, pero también entre dos maneras de gobernar. Lo que antes se dejó crecer en silencio hoy exige respuestas. Lo que antes se cubría con discursos ahora se enfrenta con realidades.
Y no es fácil. Porque en Chiapas hay quienes tienen miedo real, pero también hay quienes visten el miedo como coartada para eludir la ley. Hay quienes buscan refugio y quienes buscan impunidad. ¿Cómo distinguirlos? ¿Cómo actuar con justicia en medio de la confusión sembrada por los que ya se fueron?
Esa es la tarea que tiene hoy Eduardo Ramírez: gobernar un estado que no tuvo Estado durante años. No basta con cambiar el discurso; hay que reconstruir la confianza, la seguridad y la esperanza. Y eso no se hace en ocho meses. Pero al menos ya se empezó.
COLOFÓN
Mientras en Chiapas se intenta dar un viraje institucional, en redes sociales el gobierno de Guatemala recuerda que las relaciones con México “son naturales, históricas y trascienden fronteras”. La presidenta Claudia Sheinbaum también ha mostrado disposición a reforzar la cooperación en temas de seguridad y migración. Eso ayuda. Pero no basta.
Porque el reto de Chiapas no solo está en la geografía. Está en la memoria. En lo que se dejó de hacer. En lo que no se quiso reconocer. En lo que se negó hasta el final. Ay, Rutilio; ay, Obrador… en qué dilema nos dejaron.
Cordial saludo.


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