Los cerros contenían el viento, protegían los mantos acuíferos, evitaban deslaves. Cada tonelada que se llevaron dejó a la ciudad más vulnerable, más expuesta, más frágil.
REALIDAD A SORBOS/Eric Ordóñez
El pasado 3 de septiembre, San Cristóbal de Las Casas volvió a vivir el estruendo de su propia herida. Un remolino de viento, esas “culebras” que cada vez son más frecuentes, más fuertes y más violentas, azotó a la ciudad. Hubo daños en el mercado José Castillo Tielemans, caída de muros, árboles colapsados, vehículos arrastrados por la corriente y zonas enteras sin energía eléctrica. Incluso una persona resultó lesionada.
Se activaron cuadrillas, se cerraron calles, se habilitaron refugios temporales —aunque, por fortuna, no fue necesario utilizarlos. La alcaldesa pidió prudencia, calma y respeto a los acordonamientos. Hasta ahí, todo bien. Pero lo cierto es que ya no basta con reaccionar bien; hay que preguntarse por qué estamos reaccionando tanto.
Porque en San Cristóbal, las culebras de viento no son fenómenos naturales azarosos. Son síntomas. Son respuestas. Son advertencias.
NO ES CASTIGO, ES CONSECUENCIA
En abril escribí que llegar a San Cristóbal es como mirar una herida abierta. Los cerros —antes verdes, guardianes, firmes— ahora parecen mordidos. Y lo son. Desde los años 40 hasta el 2017, se extrajeron más de 23 millones de toneladas de material pétreo de los cerros del oriente de la ciudad. Una cifra brutal. Una cifra que, por donde se le vea, es una sentencia
Quitarle la piel a los cerros no es solo alterar el paisaje. Es despojar a la ciudad de su equilibrio. Los cerros contenían el viento, protegían los mantos acuíferos, evitaban deslaves. Cada tonelada que se llevaron dejó a la ciudad más vulnerable, más expuesta, más frágil.
Entonces, no: lo que pasó el 3 de septiembre no es castigo. Es consecuencia.
¿Cómo no iban a venir culebras si ya no hay cerros que las frenen? ¿Cómo no iba a correr el agua sin rumbo si ya no hay raíces que la contengan? ¿Cómo no iba a colapsar el mercado si lo que lo rodea está erosionado?
Lo advertimos. Muchos lo dijeron. Pero el cemento pudo más que la conciencia.
VISTA CIEGA DE LAS AUTORIDADES
Las autoridades municipales —las actuales y las pasadas— han querido hacernos creer que la responsabilidad ambiental empieza y termina con atender una emergencia. No.
La verdadera responsabilidad empieza cuando te atreves a enfrentar los intereses que causan esas emergencias.
Y aquí hay un silencio incómodo. Porque los bancos de extracción siguen activos, muchos operan en la opacidad, otros con permisos vencidos, y algunos más bajo la complicidad de funcionarios que prefieren mirar a otro lado.
San Cristóbal vive atrapada entre el discurso de la sustentabilidad y la práctica del saqueo. Y no hay estrategia de Protección Civil que alcance cuando los cerros están mordidos, los humedales agonizan y los vientos han perdido obstáculos.
¿Y AHORA?
La nueva administración estatal tiene frente a sí una oportunidad que no debe desperdiciarse. No se trata solo de mandar maquinaria después de la tormenta. Se trata de reordenar el territorio, de ponerle un alto a la rapiña legalizada, de crear una política ambiental con dientes, con visión y con futuro.
Porque mientras sigamos actuando como si nada, las culebras seguirán llegando, más fuertes, más agresivas, más impredecibles.
Lo escribí antes y lo repito: San Cristóbal puede sanar. Pero no lo hará mientras siga mordiendo su propia tierra.
COLOFÓN
Las culebras no son castigo divino. Son el eco de nuestra negligencia. Son los cerros vengándose con viento porque los arrancamos a palas. Son la respuesta de la naturaleza ante la soberbia de quienes pensaron que no pasaría nada.
No es castigo. Es la factura.
Cordial saludo.

