Ultimatum Chiapas
  • Noticias
    • Chiapas
    • Nacional
    • Municipios
    • Editorial
  • Opiniones
  • Policiacas
  • Deportes
  • Entretenimiento
  • Tecnología
No Result
View All Result
  • Noticias
    • Chiapas
    • Nacional
    • Municipios
    • Editorial
  • Opiniones
  • Policiacas
  • Deportes
  • Entretenimiento
  • Tecnología
No Result
View All Result
Ultimatum Chiapas
No Result
View All Result
Home Opiniones CULTURA

CULTURA

10 de septiembre de 2025
in CULTURA, Opiniones
CULTURA
Compartir en FacebookCompartir en Twitter

A cien años de Rosario Castellanos Lívida Luz

Marco Antonio Orozco Zuarth/Ultimátum

Lívida luz (1960), séptimo poemario de Rosario Caste­llanos publicado por la UNAM, reúne vein­tiún poemas y marca una ruptura con el tono inti­mista de su obra anterior. En él, la poeta combina una voz lírica que explora la so­ledad y el aislamiento con textos de carácter social co­mo “Jornada de la soltera” o “El pobre”, ampliando así su horizonte temático. Este libro es visto por la crítica —y por la propia Rosario— como un punto de transi­ción hacia su madurez poé­tica. La obra se abre con un epígrafe de Simone Weil, filósofa y activista fran­cesa comprometida en la Guerra Civil española y en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial:

El amor no es consuelo. Es luz.

Simone Weil

Analicemos algunos poe­mas:

En Destino, Rosario Castellanos articula una reflexión existencial sobre la imposibilidad del amor como espacio de perma­nencia y plenitud. El poe­ma inicia con una afirma­ción tajante: “Matamos lo que amamos”, que plantea la paradoja de la destruc­ción inevitable de aquello que debería sostener la vi­da. El yo poético describe la convivencia amorosa co­mo asfixia, insuficiencia y desgaste: el aire, la tierra, la esperanza y hasta el do­lor resultan insuficientes para dos seres que inten­tan habitar la misma ex­periencia. La imagen del “animal de soledades” re­vela la condición humana como irremediablemente individual, atravesada por el sufrimiento y la imposi­bilidad de compartir ple­namente la existencia con otro. Así, el amor aparece menos como un refugio que como una condena, donde la cercanía no sana sino hiere.

La segunda parte del poema desplaza el eje ha­cia el odio, contraponién­dolo al amor como fuerza vital. A través de metáforas animales —el ciervo heri­do y el tigre acechante— dramatiza la tensión entre vulnerabilidad y amenaza, atracción y violencia. El ciervo que se contempla en el agua y se convierte en su enemigo simboliza el modo en que el ser hu­mano se transforma por el odio: lo adopta, lo interio­riza y, al hacerlo, prolonga la vida. Así, la paradoja inicial se invierte: lo ama­do muere bajo el peso de la convivencia, mientras que lo odiado es lo único que despierta, fija y sostie­ne la existencia. El poema, con un tono sombrío y de imágenes intensamente simbólicas, cuestiona la naturaleza contradictoria de los vínculos humanos, donde el amor se muestra finito y el odio, perversa­mente, como fuente de permanencia.

En El despojo, Rosario Castellanos transmite la sensación de habitar un mundo carente de senti­do, donde la voz poética denuncia la pérdida de certezas sobre el amor, la esperanza y la muerte, y donde las acciones y las palabras se muestran co­mo “una estatua rota” o “la imagen deformada en un espejo”; amar y espe­rar se vuelven inútiles, y la existencia parece marcada por la repetición incesan­te: “Otra vez. Otra vez.” La forma del poema refuerza esta visión de vacío me­diante preguntas retóricas y repeticiones insistentes, mientras que el cierre in­troduce una ironía sutil al mostrar que quienes afir­man que nada se ha per­dido son los que roban y se burlan desde lejos, vin­culando así la experiencia individual del absurdo con una crítica social; de este modo, el poema combi­na reflexión metafísica y denuncia, construyendo un tono sombrío y pene­trante.

En Jornada de la sol­tera, retrata la soledad fe­menina y la presión social sobre la mujer que no cum­ple los roles tradicionales, mostrando a una prota­gonista que enfrenta un vacío existencial poblado de imaginaciones y diálo­gos inventados, mientras lidia con el juicio de los demás y la frustración de no poder dar ni recibir vi­da, simbolizando su lucha interna y aislamiento; la forma del poema refuerza este sentimiento mediante imágenes intensas —tron­cos carcomidos, ramas re­torcidas, astros extingui­dos— y repeticiones como “aguarda, aguarda, aguar­da”, que enfatizan la espe­ra interminable, mientras que el cierre combina des­esperanza y resistencia si­lenciosa, evidenciando la invisibilidad social de la mujer y la fuerza de su per­sistencia ante un mundo que la margina.

En Monólogo en la celda, explora la soledad extrema y la pérdida de identidad, mostrando a un yo poético abandonado y privado de reconocimien­to, cuya imposibilidad de compartir afecto, engen­drar o morir acompañado refleja la frustración y el aislamiento absoluto que domina su existencia; la forma fragmentaria, las repeticiones como “Pe­ro solo…” y las imágenes de muro, puerta y rincón refuerzan la sensación de opresión y desesperanza, mientras que la combina­ción de preguntas retóri­cas y descripciones senso­riales intensas transmite la claustrofobia existencial y el dolor de un ser atrapado en su aislamiento.

En Apelación al solita­rio, subraya la necesidad de la compañía humana para vivir plenamente, afirmando que nacer y mo­rir es imposible sin otros y que la amistad suaviza la dureza del trabajo y legiti­ma la alegría; la forma bre­ve y directa, con preguntas retóricas y versos musica­les, refuerza la cercanía del mensaje, mientras que las imágenes sencillas, como hablar con las cosas has­ta el amanecer, destacan cómo la presencia del otro resulta esencial para la plenitud del ser.

En Canción de cuna, construye un poema bre­ve pero intenso que mez­cla ternura y amenaza, explorando la percepción infantil del mundo como espacio vasto, temporal y peligroso. La voz lírica res­ponde a las preguntas so­bre la magnitud del mun­do, del tiempo y del mar con imágenes que vincu­lan lo inmenso a emocio­nes humanas profundas, como el miedo, el olvido y el peligro del naufragio, mostrando la fragilidad frente a lo desconocido. La forma fragmentaria, con preguntas y respuestas concisas, combinada con la presencia del “Tentador” que acaricia y susurra, crea un contraste entre la calma aparente de la canción de cuna y la tensión subyacen­te, transmitiendo la vulne­rabilidad, la inquietud y la mezcla de protección y amenaza que caracteriza la infancia y la conciencia del peligro inminente.

En Lo cotidiano, refleja la complejidad del amor en la vida diaria, mostrando que no hay refugio ideal y que este se manifiesta en gestos mínimos, en la mez­cla de placer y dolor, siem­pre teñido de recuerdos y pérdidas; la voz poética vincula el amor con lo tan­gible y lo cotidiano, explo­rando la tensión entre cer­canía afectiva y melanco­lía, mientras que la forma, con imágenes sensoriales y la repetición de “Para el amor no hay…”, refuerza la sensación de rutina y falta de tregua, y los con­trastes entre oscuridad y luz, encuentro y memoria, transmiten un tono íntimo y profundo donde lo ordi­nario se carga de emoción y reflexión poética.

En Lívida luz, explo­ra la experiencia del dolor compartido y la resisten­cia frente al sufrimiento, planteando la imposibili­dad de hablar o actuar más allá de lo que se conoce y se siente directamente. La voz poética se identifica con la herida del otro, evo­cando la empatía intensa y la agonía simultánea de quien sufre y de quien la contempla, subrayando la imposibilidad de escapar del dolor mediante con­suelo, olvido o esperanza. El poema refleja así un compromiso con la pre­sencia plena y consciente del momento, donde la aceptación del sufrimien­to se convierte en un acto de valor y fidelidad a la realidad vivida.

Los invito a sumergirse en la lectura de este mara­villoso poemario.

orozco_zuarth@hotmail.com

Ultimatum Chiapas

© 2025 Editorial MOSA
Sitio creado por XION Tecnologías.

Navegación

  • Aviso de Privacidad

Redes Sociales

No Result
View All Result

© 2025 Editorial MOSA
Sitio creado por XION Tecnologías.