El feminicidio de Thalía, abandonada en bolsas de basura , recordó a la ciudadanía el caso de Karla en Guadalajara. Vecinas señalaron que este crimen no es solo un acto de violencia personal, sino un mecanismo de control y terror que busca infundir miedo en todas las mujeres.
LO QUE NO SE NOMBRA, NO EXISTE/Gely Pacheco
Todavía sigo intentando procesar lo que ocurrió en Terán como mujer y mucho me recuerda el feminicidio que cometió Kevin en contra de Karla ocurrido en julio en Guadalajara que conmocionó al país. En el caso de Thalía fue asesinada por su pareja sentimental, un hombre veinte años mayor que ella, con quien compartía al parecer tres hijos. No se conformó con arrebatarle la vida: decidió desmembrarla y abandonarla en unas bolsas de basura en pleno bulevar Belisario Domínguez, una de las avenidas más transitadas de Tuxtla.
El mensaje por donde quieran verlo es brutal: para él, ella no valía nada. Para nosotras, el recordatorio de que cualquiera puede ser reducida a “basura”, incluso después de muertas. Es el terror que busca sembrar la violencia feminicida: no se limita a un acto de rabia personal, sino que es un dispositivo de control y miedo hacia todas las mujeres.
Lá violencia es injustificable
Pero lo más desgarrador es cómo, tras cada feminicidio, seguimos escuchando las mismas frases que intentan justificar lo injustificable: “Pero ella estaba involucrada en el crimen organizado’’, “pero debió alejarse y poner un alto’’, “pero ella se lo buscó’’, ‘’las mujeres bien no se relacionan con hombres así’’, “ya tenía un sucio historial.” Siempre, siempre el ‘’pero’’ que traslada inmediatamente la culpa a la víctima. Nadie se pregunta: ¿por qué un hombre cree tener derecho a asesinar a la mujer con la que compartía la vida? ¿Qué le llevó a esta joven involucrarse con un sujeto así?
Los hombres como Ciro o como Kevin no aparecen de la nada. Son producto de un sistema patriarcal que los privilegia, que los respalda, que les permite ser violentos, irresponsables, impunes. Y ahí estamos como sociedad, tolerando, justificando, normalizando y revictimizando. Como si la vida de Thalía o de Karla valiera menos frente a la narrativa de “ella se lo buscó”.
Lo más doloroso es que cada vez más mujeres jóvenes se relacionan con hombres como ellos, atrapadas en entornos donde el amor se confunde con la violencia, donde la dependencia emocional y económica se vuelve aspiración y prisión. En un país donde es más fácil acceder a un arma que a una red de apoyo, la salida suele ser respondida con amenazas, con balas o chuchillos carniceros.
En México, muchas mujeres están sosteniendo relaciones con hombres vinculados al crimen organizado, esa es una terrible realidad que está invisibilizada. Y esas relaciones no se dan por ingenuidad ni por simple atracción al “hombre malo”, sino porque las condiciones estructurales les cierran otras puertas. La falta de educación, autonomía económica, de oportunidades laborales y redes de apoyo que empuja a las juventudes, sobre todo a las mujeres, hacia vínculos donde el poder y la violencia se presentan como única certeza. Lo que se vende como “amor” muchas veces es control, adicción, aislamiento, subordinación. Y cuando una mujer decide salir se vuelve prácticamente imposible y esa violencia se vuelve letal.
Estos feminicidios no pueden explicarse sin nombrar el patriarcado, la impunidad, la corrupción, la desigualdad, el clasismo. Tampoco sin señalar a una sociedad que se acomoda en culpar a las víctimas para no mirar a los verdaderos responsables: los hombres violentos y el sistema que los respalda. Hoy no solo exigimos justicia para Thalía. Exigimos que se deje de justificar la violencia, que se dejen de exculpar a los feminicidas, que se detenga esta normalización que asesina dos veces: primero con un arma, después con la narrativa.
Thalía murió por un sistema que permite que un hombre la asesine con un cuchillo extremadamente filoso… y que todavía haya quienes se atrevan a justificarlo.
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