La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia no sólo representa un cambio de gobierno, sino una transformación en la forma de comunicar el poder.
COLABORACIÓN INVITADA/Enriqueta Burelo Melgar
Claudia Sheinbaum mantiene la narrativa de la Cuarta Transformación, pero le imprime un sello propio: menos emotivo, más técnico; menos confrontativo, más institucional. Su estilo marca una nueva etapa en el discurso político mexicano.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia no sólo representa un cambio de gobierno, sino una transformación en la forma de comunicar el poder. Si Andrés Manuel López Obrador hizo de la palabra un arma de combate político, Sheinbaum la convierte en instrumento de gestión. Donde él buscaba encender a las masas, ella pretende convencer con datos y resultados.
Ambos comparten el eje ideológico de la llamada Cuarta Transformación: justicia social, honestidad y combate a la corrupción. Pero mientras López Obrador construyó un relato épico —el pueblo contra la élite, los buenos contra los corruptos—, Sheinbaum habla desde la lógica de la eficiencia y la evidencia. Su discurso se estructura con cifras, planes y políticas públicas, alejándose del tono moral y confrontativo que caracterizó al obradorismo.
El cambio también tiene un componente simbólico: la presidenta se asume como la primera mujer al frente del país y coloca la igualdad de género como parte de su narrativa central. En contraste con la retórica paternalista de su antecesor, Sheinbaum busca un lenguaje incluyente, más horizontal y racional.
Su tono refleja una transición: del liderazgo carismático al liderazgo técnico; del movimiento a la institucionalidad. Si López Obrador habló desde la plaza pública, Sheinbaum lo hace desde el gabinete. En ese tránsito, el discurso político mexicano parece dejar atrás la épica de la revolución permanente para entrar en la era del dato y la gestión

