COLABORACIÓN INVITADA/Enriqueta Burelo
En México, hablar de paridad ya no es una aspiración, sino una obligación constitucional. “Paridad en todo” significó abrir de manera real los espacios de decisión a las mujeres: congresos, ayuntamientos, gabinetes, partidos. En pocos años, hemos pasado de la representación simbólica a una presencia sustantiva. Pero este avance también ha traído consigo una dolorosa consecuencia: el incremento de la violencia política hacia las mujeres en razón de género.
No se trata de una contradicción, sino de una reacción. La paridad ha tocado los cimientos de un poder históricamente masculino, y toda transformación profunda genera resistencia. Cuando las mujeres comienzan a ocupar cargos que antes se consideraban exclusivos de los hombres, aparecen las tensiones: campañas de desprestigio, descalificaciones, burlas, exclusión de decisiones, amenazas o incluso agresiones físicas. La violencia política se convierte entonces en el mecanismo más crudo para tratar de devolverlas “a su lugar”.
Sin embargo, no es la paridad la que produce la violencia: la paridad la visibiliza. Lo que antes ocurría en silencio hoy tiene nombre, leyes y mecanismos de denuncia. Las mujeres que antes eran desplazadas o sustituidas ahora alzan la voz y encuentran respaldo jurídico e institucional. Esa visibilización duele, incomoda y, por momentos, parece que retrocedemos; pero en realidad, estamos viendo el costo inevitable del cambio.
La llamada “paridad sustantiva” implica mucho más que números iguales en las boletas. Significa que las mujeres puedan ejercer plenamente su poder sin ser violentadas por ello. Implica recursos, respeto, acceso a decisiones y protección frente a agresores. Supone, sobre todo, una transformación cultural: que los liderazgos femeninos no sean tolerados, sino valorados.
La democracia mexicana —y particularmente la chiapaneca— no podrá consolidarse mientras la violencia política siga siendo el precio que las mujeres pagan por participar. La paridad fue el primer paso; el siguiente es garantizar que ese derecho se ejerza con libertad, sin miedo y con dignidad.
Porque cuando una mujer ocupa un cargo político, no sólo representa a su partido: representa la posibilidad de un país más justo.
enriquetaburelomelgar@gmail.com
