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Paula Kolonitz: “Un viaje a México en 1864”

13 de noviembre de 2025
in Noticias
“Un Viaje a México en 1864” retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX y documenta uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. 

“Un Viaje a México en 1864” retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX y documenta uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. 

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“Un Viaje a México en 1864” retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX y documenta uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. 

El Duque de Santo Ton/Ultimátum 

Sobre la condesa Paula Kolonitz se sabe muy poco, excepto que pertenecía a la baja nobleza austriaca y que nacó cerca de 1840. Acompañó a Maximiliano y Carlota como parte de su séquito a bordo de la fragata “Novara”, y aunque debía regresar a Europa al tocar costas mexicanas, se quedó seis meses más. En su libro “Un Viaje a México en 1864” retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX y documenta uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. 

Después de una travesía de un mes las fragatas Novara y Themis llegaron a San Juan de Ulúa el 28 de mayo de 1864 y con ellas Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia, pero en contraste con la partida de Italia, donde diez mil personas los despidieron, en Veracruz el recibimiento no pintó nada bien, el lugar era feo y la gente hostil. Nadie se movía en el puerto, el nuevo soberano de México estaba frente a su propio imperio, pero sus súbditos se habían escondido. Nadie lo recibía. 

Finalmente, al caer la tarde, llegaron las autoridades de Veracruz y tronaron los cañones del fuerte de San Juan de Ulúa; se iluminó la ciudad de Veracruz con miles de fuegos de Bengala y la flota francesa puso sus fanales en los mástiles, lanzando sus rayos, relata en su libro Kolonitz. 

En el viaje a la capital, hecho en diligencias, la situación cambió y Córdoba recibió al emperador con música, gritos incesantes y cañonazos. A las dos de la mañana llegó la pareja imperial y a esa hora tuvo que recibir homenajes, oír discursos, responder y aceptar una cena que les cayó pesada y que parecía que nunca iba a terminar. 

El 12 de junio, escoltados por el regimiento de lanceros mexicanos, cazadores de África y los húsares franceses, los soberanos hicieron su entrada triunfal en la ciudad de México. Por todos lados se levantaron arcos del triunfo, las calles estaban atestadas de gente. De las casas por las que pasaba la carroza imperial tiraban flores y poesías impresas. 

En cuanto al regocijo popular, no era menor: Los indios se agolpaban por todos lados mezclándose a la alegría común, puesto que veían en el emperador al hombre sabio que habría cruzado los mares para traerles la felicidad y sacarles de su miserable condición. 

Al asumir el trono, Maximiliano desplegó una actividad febril; reorganizó la Academia de San Carlos, fundó los museos de Historia Natural y de Arqueología, además de crear la Academia Imperial de Ciencias y Literatura. Aunque decreta el catolicismo como religión oficial del imperio, mantiene alejado al clero del gobierno. Carlota por su parte, organiza fiestas de beneficencia para obtener fondos para las casas pobres y redacta un protocolo imperial. 

En sus ratos libres, la condesa aprovecha para conocer la capital y contemplaba maravillada las iglesias y conventos, acueductos, teatros y palacios. El paseo más bello de la ciudad es la Alameda. Los franceses y los mexicanos aquí se encuentran; los caminos internos son reservados a los peatones, pero los jinetes las circundan en largas filas. Las damas son amazonas apasionadas y valientes (…) A las seis de la tarde, en largas filas de carrozas, los mexicanos van al paseo. Aquí vienen las damas con grandes atavíos vespertinos, escotadas, engalanadas de flores (…) Los hombres vienen a caballo y vistiendo el traje nacional, pero cuando van a pie o dentro de sus casas, usan el traje francés (…) Los solteros llevan sobre la frente del caballo una banderola con el nombre de su novia. Atrás, en apoyo, va siempre un bello sarape, más atrás cuelgan el lazo y una piel de cabra que sirve para proteger las pistoles y así cabalga el mexicano por el Paseo y también así viaja por todo el país.- Después del paseo de la Alameda todos vuelven a sus casas; es la hora del baño diario y por cierto, hay muchos y muy bellos baños públicos en todas las calles de la ciudad; pero cada casa particular tiene su baño propio. 

Observadora acuciosa la condesa aprecia los fuertes lazos que unen a las familias mexicanas. Después de la hora del Paseo, si hay alguna compañía de ópera se va al teatro, pero lo más frecuente es que las familias se queden en casa y reciban la visita de amigos. Entonces se juega a las cartas, se toca música, se conversa. En México, la vida de la familia es de las más íntimas. Las relaciones entre padres e hijos, entre hermanas y hermanos, son afectuosísimas (…) Los matrimonios viven en un feliz acuerdo y el afectuoso marido llena de regalos a la mujer, lo que es considerado la mayor prueba de amor. 

Y sin embargo, nada hay para un europeo que ofrezca mayor interés en la ciudad de México que la vida pública en las calles, especialmente por las mañanas, cuando el correr y la agitación son mayores. Las damas se dirigen a la iglesia siempre vestidas de negro llenas de velos. Y entre aquellas almas devotas corren medio desnudos los indios, éste llevando sobre la espalda una grandísima jaula con siete o más papagayos; aquel corriendo por aquí y por allá ofreciendo frutas, dulce de membrillo, castañas cocidas; otros vendiendo figuras de cera, objetos de oro y de plata, peines de carey, ollas y utensilios de madera que ofrecen gritando estrepitosamente, mientras que la voz de los aguadores se oye por todos lados. 

La condesa no oculta su admiración por Maximiliano: La sencillez de sus modales y su amabilidad despertaban las más ricas simpatías. Les parecía imposible a los mexicanos que el emperador fuese afable con todos, que a todos graciosamente escuchase, que respondiese a este o aquel con la suave benevolencia que le era propia. Pero, también se pregunta: ¿Triunfará en esta obra? La esperada victoria del sur de los Estados Unidos de América, que era necesaria para el buen éxito, no ha sido obtenida. 

El 10 de agosto Maximiliano emprende un viaje para conocer el país y en su ausencia, es Carlota quien preside el Consejo de Ministros. Durante los primeros días de septiembre, se celebraron las fiestas de la Independencia Mexicana. Se cantó un Te Deum, hubo banquete en la corte y representaciones en el teatro. Sin embargo, se respiraba en torno de toda aquella festividad y alegría, un aire de descontento y de desánimo. 

La noche del 2 de octubre un terremoto sacude la ciudad y los europeos pasan el susto de sus vidas: Parecía que en cualquier momento caería el techo de mi cuarto y que las paredes se precipitarían sobre el patio. Jamás podré olvidar aquella impresión aterradora, angustiosa, cuando parece que la tierra huye de nuestros pies y se pierde toda seguridad. 

Al retornar a su patria el 8 de noviembre, Kolonitz declara: “Este viaje es y será el más bello recuerdo de mi vida. ¡El mundo es todavía bello! Quien lo dude, que vaya y lo admire.” 

Según se sabe, tres años después de su retorno a Europa, en 1867 (año en que Maximiliano fue fusilado en Querétaro), se publicó la primera edición del libro de Kolonitz en Austria, en alemán, el idioma de su autora (Eine Reise nach Mexiko im Jahre 1864). Al año siguiente aparecieron traducciones de la obra en lengua italiana e inglesa. Y mucho después, en 1992, el Fondo de Cultura Económica (FCE) incluyó como el número 41 de su popular colección “Lecturas mexicanas”. 

“Un Viaje a México en 1864” retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX y documenta uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. 
“Un Viaje a México en 1864” retrata la vida nacional de mediado del siglo XIX y documenta uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. 
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