La historia ofrece ejemplos contundentes, uno de ellos es el de Alemania que, quizá sea el más ilustrativo.
Balanza Legal/Rodolfo L. Chanona
El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado irrumpe con fuerza en el escenario internacional y redefine, al menos simbólicamente, el debate global sobre la democracia, los autoritarismos y los límites de la presión política en contextos de regímenes cerrados. Más allá de Venezuela, el reconocimiento tiene efectos directos sobre los movimientos democráticos del mundo, obligándolos a tomar posición frente a una figura que encarna tanto la resistencia civil como la confrontación frontal con el poder.
Abriéndose un debate incómodo para los demócratas del mundo, al cuestionarse ¿sí puede un pueblo liberarse por sí solo, cuando el Estado ha sido secuestrado por una tiranía plenamente consolidada?
El cerco estadounidense en Venezuela ha generado una disputa global sobre los límites de la resistencia civil frente a regímenes que han desmantelado toda legalidad democrática, interpelando a los movimientos democráticos internacionales —liberales, socialdemócratas y progresistas— para confrontar una verdad histórica reiterada, la resistencia interna, por heroica que sea, rara vez basta cuando el poder ha capturado al Estado en su totalidad.
La historia ofrece ejemplos contundentes, uno de ellos es el de Alemania que, quizá sea el más ilustrativo. El régimen nazi no cayó por una insurrección popular ni por el desgaste moral del autoritarismo. A pesar de la existencia de resistencias internas —la socialdemocracia clandestina, los comunistas, la Rosa Blanca, el complot del 20 de julio— el Estado totalitario mantenía un control absoluto del ejército, la policía, la justicia y la propaganda. El pueblo alemán carecía de la fuerza material necesaria para derrotar al régimen que lo oprimía.
La liberación de Alemania vino desde fuera. Fueron la intervención armada y la ocupación de los Aliados las que destruyeron el aparato del Tercer Reich, disolvieron su estructura de poder y abrieron paso a la reconstrucción democrática. Más aún, la democracia alemana no emergió espontáneamente, sino bajo tutela internacional, mediante procesos de des-nazificación, justicia internacional, reconstrucción institucional y acompañamiento económico. El caso alemán demuestra que, cuando la tiranía captura al Estado, la soberanía deja de ser un principio legítimo y se transforma en un instrumento de dominación.
Desde esta perspectiva, el liderazgo de María Corina Machado introduce una tesis que incomoda a amplios sectores democráticos, ante una realidad histórica que establece que, sin el apoyo decisivo de los poderes fácticos del mundo, los pueblos sometidos a dictaduras cerradas difícilmente logran su liberación. No se trata de negar el valor de la resistencia interna, sino de reconocer sus límites frente a Estados que han anulado toda posibilidad de alternancia, deliberación y justicia.
El Nobel, en este sentido, no solo premia una trayectoria política, sino que legitima una narrativa incómoda; respecto a que la paz, no siempre es ausencia de conflicto, y que la historia de la democracia está atravesada por episodios en los que la intervención externa fue decisiva para romper estructuras de opresión. Alemania lo confirma con crudeza; ignorarlo es falsear la experiencia histórica.
Para los demócratas del mundo, el dilema no es si defender la causa venezolana, sino cómo asumir que la defensa de la democracia implica también decisiones de poder. Rechazar toda forma de intervención, incluso frente a Estados capturados por la tiranía, equivale a aceptar que los pueblos oprimidos carguen solos con un peso que la historia demuestra que no pueden sostener indefinidamente.
El Nobel de María Corina Machado expone así la paradoja central de nuestro tiempo, la democracia es un valor universal, pero su defensa no siempre es neutral ni cómoda. A veces, como ocurrió en Alemania, la libertad llega desde fuera. Negarlo no es prudencia política; es resignación frente a la tiranía.

