A MEDIA SEMANA
Guillermo Deloya Cobián/El Economista/Ultimátum
Tal vez esta no es una disputa más en el marco de aquellas que se han iniciado por las diferencias existentes entre los firmantes del T-MEC. Pero lo que es un hecho, el cual la hace particularmente sensible sobre las demás, es que estamos ante la primera ocasión en que la disputa en cuestión se orienta en su totalidad en contra de la totalidad de una política de sector del gobierno de México; el sector energético. Hé ahí una sustancial diferencia de aquellas ocasiones en las cuales han existido diferencias sobre algún producto o sobre una situación ventajosa en las relaciones comerciales de las partes en conflicto.
Estamos ante un reclamo que pesa sobre un sector fundamental para la economía y la disputa orbita en el favorecimiento a Pemex y la CFE, contra el daño a diversas compañías que trabajan en los campos energéticos. Pero a pesar de las posibles consecuencias que, bien pueden ser funestas para una economía con grietas como la mexicana, persiste la diatriba que apunta a que nada pasará.
Y quizá de verdad no pase nada de lo que deseablemente debiese pasar. Quizá nunca pase una evolución de modernidad en las empresas nacionales que las ubique en condiciones de competitividad en lugar de intervenir con dolo los mercados donde operan. Una cirugía mayor, con modificaciones trascendentes orientadas hacia la modernidad y la eficiencia, hubiesen sido de altura de miras en vez de continuar en la arcaica ruta del mantenimiento de privilegios sindicales y la producción de energía sucia. En vez de dar el paso, se falsea el mercado mediante una Ley de Combustoleo que transita en absoluto sentido contrario.
Tal vez no pase nada en un mercado de inversión sobreregulado y de imposible acceso para nuevos inversionistas privados. Lo que seguramente pasará es que esa constricción para quienes estaban dispuestos a poner su dinero en una inversión útil, no concederá expansión económica alguna. Quizá tampoco pase nada cuando ventajosamente Pemex sigue produciendo diésel con alto contenido de azufre contra la prohibición que pesa sobre los demás productores de este insumo energético. Así, otra vez con un truco amañado, la empresa del estado prevalece en un mercado que la privilegia.
Y tal vez tampoco pase nada cuando se está creando un monopolio ideologizado sobre la importación de gas. Ahí, las empresas nacionales solo consiguen inhibir la competencia que, a fin de cuentas, pasa a trastocar gravemente la economía de los consumidores que pagamos las consecuencias.
Pero no pasará nada porque bien podemos reunirnos por miles en el zócalo a gritar consignas en contra del intervencionismo fantasmal. Tal vez lo que pase es que sigamos en el estancamiento económico o nos hundamos más. ¡Pero qué va!, si a los que les pasa y les pesa la desgracia son los que se azuzan contra los conservadores y retardatarios del gran progreso que aún no llega.
Twitter: @gdeloya
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