Una de las promesas de López Obrador fue que iba a reestructurar el INE. Esta es una de las razones por las cuales no quiere dejar pasar la oportunidad ni el tiempo. Hizo una promesa y quiere cumplirla, más allá de que haya tenido a lo largo de su vida al INE en la mira.
López Obrador no se ha quitado de la cabeza la idea de que el INE fue el causante central de su derrota en 2006 y quizá hasta en 2012. Las evidencias hasta ahora muestran que dichas elecciones no tuvieron en el Instituto la razón de las derrotas, particularmente la del 2006. Más bien, estuvieron en un gobierno que no le quedó de otra que apoyar a un candidato que no era su opción y para ello sumó tropelías. El instituto es caro porque los procesos electorales en México parten de la desconfianza. La historia nos muestra la importancia de factores como la confianza, transparencia y certidumbre.
La confianza nos ha salido muy cara, pero se tiene que reconocer que es lo que ha permitido la credibilidad en las elecciones y, sobre todo, lo que ha permitido la evolución y pausada madurez de la controvertida democracia. Los procesos electorales son caros, pero desde hace tiempo lo más importante es que el INE genera certidumbre y credibilidad entre la ciudadanía. Esto no significa que el Instituto no deba pasar de manera regular por un proceso regular de depuración, lo que pasa es que la propuesta que se está haciendo está colocando al INE materialmente contra las cuerdas y, por lo tanto, también está colocando el desarrollo de las elecciones en terrenos de la desconfianza y, quizá también, de la imposibilidad de tener una cobertura nacional y un conteo efectivo de los votos, entre otras cosas.
El Presidente quiere cumplir su promesa de que iba a cambiar al INE. Las razones que originalmente tuvo deberían pasar por un proceso de revisión, no tanto para entrar en negociación, que está visto que no le gustan, sino en función del desarrollo electoral en México. Debe considerar que por más ventaja que aparentemente pueda tener su partido de cara al 2024, al final puede terminar por afectarle una mala organización electoral, una falta de credibilidad, representatividad, y la autonomía de un instituto que es garante de las elecciones.
El Presidente quiere cumplir su palabra lo cual es algo que en su vida política es fundamental y entendible. Sin embargo, el problema va a ser hacia dónde nos lleva su propuesta. Podrá al final defender que a pesar de todo cumplió su palabra, pero también nos puede meter en un laberinto en el cual el tiempo se nos venga encima y nos termine colocando con un muy riesgoso retroceso histórico en el desarrollo de nuestra desigual democracia. Es cierto que la oposición se ha logrado cohesionar en función de este tema. La manifestación del 26 de febrero va a sumar a ciudadanos y a diferentes fuerzas políticas de nuevo, las cuales podrían estar en contra del gobierno.
Sin embargo, entre las muchas voces que se han manifestado en contra del Plan B se encuentran razonamientos y perspectivas que sería importante considerar. El Presidente no daría ni un paso atrás si considerara las observaciones que se han hecho a su propuesta. Más bien entraría en terrenos del diálogo, planteamiento que muchos pensamos sería la tónica de su administración. El Presidente no perdería fuerza, más bien se fortalecería. En su propuesta se observan elementos que nos pueden llevar a un callejón sin salida en los procesos electorales. Nada va a cambiar, pero no hay que dejar de decirlo.
RESQUICIOS.
El martes aventaron toda la caballería para echar a andar una propuesta para que se incrementaran las sanciones a quienes injuriaran o algo parecido al Presidente, todo parecía indicar que estaban buscando cuidar como sea al mandatario. El miércoles el Presidente dijo que a ese tema no le entraba, lo que provocó que horas después toda la caballería que se había echado andar optara por el siempre no.