No sólo están a debate los partidos políticos, está también el rol de los gobiernos, porque en muchos casos las sociedades con ellos o sin ellos se mueven como creen y quieren. Sin embargo, las naciones requieren de una dirección y de una organización interna de consensos.
Europa anda en estos menesteres. El cambio que ha vivido Italia en los últimos meses, si bien se ha convertido en un asunto que agita la vida cotidiana italiana, también es cierto que sus habitantes se mueven bajo sus parámetros a lo que se suma que saben que así como llegó este gobierno puede tranquila o agitadamente irse.
Lo que en el fondo está es que los ciudadanos acaban en algún sentido de cogobernarse. Por supuesto que una de las claves es y seguirá siendo la forma en que se dirigen y organizan los países nacionalmente, pero también viene sucediendo, cada vez con más frecuencia, que la realidad cotidiana a menudo hace a un lado a los gobiernos.
Lo que ha venido pasando en Italia es que ante tanto cambio de gobierno la sociedad va entendiendo que esté quien esté en el poder existen un conjunto de exigencias que se deben de cumplir, más allá de las innumerables controversias ideológicas que en un país como éste constantemente aparecen.
El gran problema para los ciudadanos aparece cuando los gobiernos les imponen reglas, las cuales no van a cumplir, de no ser que las penalidades de no hacerlo sean consideradas delito, porque, a pesar de ello, en la cotidianidad las cosas se mueven bajo otros parámetros.
En Europa se establecen un conjunto de leyes que los ciudadanos las atienden a su manera. El gran problema es cuando les imponen formas de vida o se establecen abiertas confrontaciones propias de la rentabilidad política en que se trata de imponerle conductas a los ciudadanos bajo argumentos menores.
Un elemento de importancia es que no necesariamente está siendo alta la participación ciudadana en los procesos electorales. Quienes acaban gobernando en muchas ocasiones lo hacen con votaciones menores, pero las reglas los colocan en posiciones de autoridad y hegemonía.
Esto sucedió una vez más en México en las elecciones extraordinarias en Tamaulipas, en donde la participación ciudadana a duras penas alcanzó el 20%. Quien ganó el proceso va a ser el representante del estado ante el Senado con un 13% más-menos del total de la votación.
En muchos otros países, que ponderan ser demócratas, se dan fenómenos similares.
Pocos votantes llegan a determinar la historia de los países. En estados en donde no participar en las elecciones es considerado como una falta a la ley, se generan indistintamente el temor ciudadano por las consecuencias de no votar y las convicciones ciudadanas.
Lo que se viene cuestionando es el modelo de democracia y representatividad bajo el cual muchas naciones vivimos. Europa no está ajena a ello, pero es como ha sucedido a lo largo de la historia, el continente donde pueden gestarse las ideas que provoquen nuevas formas democráticas, de representatividad y, sobre todo, del ejercicio del poder.
En esto no hay fórmulas mágicas. El sistema de partidos lleva siglos entre nosotros y no ha habido manera de cambiarlo o de que aparezcan nuevos mecanismos de representatividad. De nuevo es en Europa en donde empiezan a surgir procesos democráticos en donde si bien no se pierde el sentido de nación, va quedando claro que son las propias comunidades las que acaban tomando sus propias decisiones.
En México cada vez son más comunes este tipo de prácticas. Son las comunidades, alcaldías, municipios e incluso los estados los que acaban determinando las formas de gobernabilidad cotidiana.
Es un tema, es una preocupación, es un reto y es una definición del futuro.
Por fin terminó la telenovela llamada Tesla. Los argumentos que dio el gobierno sobre el tema del agua en Monterrey todo indica que el señor Musk lo dio por concluido; para qué tanto argüende estando el piso tan parejo.